Internista-Endocrinólogo,
miembro honorario de la Asociación
Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo, miembro
de número de la Academia Nacional de Medicina y de la Sociedad
Colombiana de Historia de la Medicina.
Editor Emérito, revista
Medicina, Bogotá.
Fecha de recepción: 26/03/2019
Fecha de aceptación: 29/03/2019
Resumen
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad conocía el
efecto de la castración sobre animales y hombres, sabía que el
animal castrado era más fácil de controlar, que los eunucos no
podían embarazar y que si el procedimiento se realizaba antes
de la pubertad, se conservaba la voz atiplada. Dicha práctica
fue común en algunos países orientales, buscando objetivos
políticos y socioculturales. La deficiencia de testosterona se
convirtió en esas regiones en la principal alteración endocrina.
En tiempos modernos, médicos y científicos trataron de
aclarar el panorama. Se conoció en detalle la anatomía de los
genitales masculinos y la histología testicular (túbulos seminíferos,
células de Leydig y las de Sertoli). Berthold hizo un
experimento pionero que demostró en gallos capones la recuperación de
sus características de macho con injertos de testículo. Brown-Séquard
afirmó haberse rejuvenecido gracias a
que se inyectó un líquido a base de extracto testicular, lo que
causó revuelo mediático y críticas de otros académicos, ya que
era un reconocido científico. Se popularizaron entonces, tanto
la opoterapia como los tratamientos rejuvenedores a base de
implantes testiculares, que generaron dinero a una serie de
charlatanes. Pero en los años treinta se logró aislar y sintetizar
los esteroides sexuales, entre ellos la testosterona, recuperando este
campo para la ciencia.
Palabras clave: testosterona,
andrógenos, castrados, historia, endocrinología.
Abstract
Mankind was aware of castration
effects upon men and animals since antiquity. People knew that
castrated animals were
easier to control, that eunuchs were not able to make women
pregnant and that people remained with a high-pitched voice
when the procedure waas done before puberty. With political
and socio-cultural objectives, mostly in eastern but also in some
european countries, this practice was common. Testosterone deficiency
was therefore prevalent.
In modern times, physicians and scientists made some
findings that clarified a few things. Anatomy of male genitalia
and histological studies of the testes demonstrated seminiferous
tubules, interstitial and Sertoli cells. Berthold undertook
a pyoneering experiment, showing that castrated (capon)
roosters recovered lost male characteristics by testicular
grafts. Brown-Sequard, in spite to be a recognized scientist,
published a paper with subjective statements about him and
his wife rejuvenated a lot thanks to injections of liquid testicular
extracts, shaking media and getting severe criticism from
other academicians.
Testicular opotherapy and rejuvenation surgical implant
procedures became popular and made wealth to a number of
quacks. But in the thirties, isolation and synthesis of sexual steroids
including testostere, recovered this field for science.
Key words: testosterone, androgens, castrated,
history, endocrinology.
Introducción
Desde la antigüedad se relacionaba al testículo con la fecundación
y con la capacidad sexual. También se había usado
la organoterapia, mas no con la idea de que hubiera sustancias
activas en las vísceras sino en la creencia de que un órgano
enfermo podía ser curado por la ingestión del mismo órgano,
pero sano. Así los egipcios prescribían molido de pene de asno para
curar la impotencia, y los romanos –tal vez mejor encaminados–
recomendaban testículos del mismo animal para curar
la afección. En los antiguos campeaba el pensamiento mágico
y creían que una planta medicinal era más eficaz con la adición
de los rezos(1).
La Antigüedad
Entre 2737 y 1600 a. C., en el
Pen
Tsao (gran herbario) se
recomendaba el uso de semen de hombres jóvenes para el tratamiento de
la disfunción eréctil. El taoísmo creía que la esperma venía del
cerebro. La Biblia habla de castrados y eunucos
y el Talmud usa el nombre de “testículo” para las gónadas de
los dos sexos y describe casos de hermafroditas. Hipócrates
en el siglo V a. C. escribió “la semilla” y habló de la inflamación
testicular en casos de paperas, lo que llevaba a infertilidad. En
el siglo IV a. C., Aristóteles, filósofo interesado en la naturaleza,
escribió sobre el semen, considerándolo el agente formativo o
activante o ‘alma”, mientras que el elemento femenimo era el
suelo pasivo que sería fertilizado. Creía este griego que había
una diferencia entre los dos testículos, ya que el semen proveniente
del derecho originaba fetos masculinos y el del izquierdo,
femeninos(2-5).
La castración
El eunucoidismo (hoy llamado hipogonadismo) –cuadro
que se desarrolla por la castración– ha sido conocido en todas las
épocas y regiones. Eunuco
–que quiere decir guardián de
lecho– es una palabra mencionada en muchos libros antiguos como la
Biblia. Y, nuevamente, Aristóteles dice que lo
que le ocurre al gallo capón y
al hombre castrado es que “la
cresta del gallo se vuelve pálida, ya no canta más y abandona sus
actividades sexuales,
características que nunca aparecen si la castración se realiza antes de
su juventud... tal
como pasa en el hombre, que
–castrado antes de su pubertad– no le aparece vello y su
voz se mantiene atiplada...”(3).
Entre los chinos y orientales el asunto era algo tradicional; un autor
de nombre
Matignon dice que “en China
se es eunuco por la fuerza,
por gusto, por pobreza y por
pereza”.
Durante milenios se utilizó la castración deliberada con
objetivos políticos y socioculturales; la automutilación se usó
por razones religiosas (
tabla 1).
Actualmente se realiza en
el tratamiento del cáncer de próstata y en la cirugía para los
transgeneristas; también, la castración química para violadores en
serie.
Tabla 1. Objetivos de la castración
Las castraciones en muchos casos eran verdaderas emasculaciones
(llamadas “gran sello”, cuando se cortaban tanto
los testículos como el pene) pero en otros casos eran solo las gónadas
(o “pequeño sello”), lo que a veces permitía una
actividad sexual limitada. Se han realizado revisiones muy
completas de la perspectiva histórica del hipogonadismo por
castración, como la de los esposos Niechslag(8), otra de J.D. Wilson(9)
y la de nuestro compatriota y compañero de la Javeriana,
el profesor de urología de Toronto, Álvaro Morales Gómez(10).
El comentario de la doctora Wilson(9) además revisa los seis
únicos estudios que hay acerca del efecto a largo plazo sobre la
castración en eunucos escópticos, chinos y otomanos, como el
agrandamiento de la hipófisis, los cambios esqueléticos (falla
en el cierre epifisiario, osteoporosis), ginecomastía y la “aparente”
desaparición de la próstata; trae también una importante colección de
fotografías de eunucos.
Figura 1. Caricatura de dos famosos castrati italianos, una mujer
en medio, y atrás un
enano. El hipogonadismo prepuberal de estos famosos cantantes muestra
su estatura y
largas extremidades(6,7)
Después de Cristo hasta el siglo XVIII
Plinio El Viejo recomendaba la ingestión de testículos animales
para la impotencia. Areteo de Capadocia enseñaba que
era la esperma la que convertía al prepuber en hombre. Mesue
El Viejo, medico árabe, prescribía la ingesta de testículos como
afrodisiaco, y en el tratamiento de la tuberculosis pulmonar,
asumimos que para combatir la caquexia. San Alberto Magno,
interesado también en las ciencias de la naturaleza, recomendaba
testículos de cerdo en polvo, disueltos en vino, para tratar la
debilidad sexual masculina(2).
A comienzos del segundo milenio, el chino Hsu Shu-Wei
usaba testículos desecados de cerdo para tratar la espermatorrea, el
hipogonadismo y la impotencia. Para esta época, debido a que se
recomendaba beber orina para la impotencia, yatroquímicos chinos
evaporaban grandes volúmenes de orina
y luego procedían a la sublimación del sedimento para que lo
ingirieran los príncipes, evitando el mal sabor. Hoy se sabe que
con la sublimación a altas temperaturas, los esteroides sexuales pasan
al aire sin cambios en su estructura(3).
Thomas Willis planteó que la sangre recibía un fermento
especial de las venas espermáticas(1). En 1775, Teófilo de Bordeu
afirmó que la gónada masculina producía una secreción
interna, pero que según él era idéntica al semen. Los escritos
de este francés lo ubican como uno de los precursores de la
endocrinología(2).
El famoso anatomista y cirujano escocés John Hunter
(1728-1793), fundador de un exitoso museo de medicina que
lleva su nombre, participó en esta epopeya que ahora narramos, con sus
experimentos de injertos testiculares de gallo
en abdómenes de gallinas, los primeros que fueron exitosos
en cuanto a que se adaptaron al nuevo ambiente, con formación de vasos
y redes nerviosas a su alrededor. Debido a que
John Hunter no escribió artículos especiales sobre estos experimentos
en particular, lo que se encuentra o lee entre líneas
en sus conferencias es lo que recibe una interpretación de los
historiadores. No sabemos qué pasó con las gallinas, aunque
el propósito de Hunter era observar la viabilidad del injerto
y estudiar las propiedades del llamado “principio vital”. No
es claro si realizó un estudio sobre la recuperación del gallo
capón injertado con testículo de otro gallo como algunos afirman, cosa
que sí demostró Berthold, 80 años más tarde(3,8-10).
Para aquella época, la influencia positiva de un órgano sobre otro se
llamaba “simpatía”, y en el caso de los testículos
y las características sexuales secundarias, esta simpatía sería
“remota”. Hunter también estudió los casos de terneras incapaces de
reproducirse por la acción androgénica de gemelos
machos, a las cuales se les atribuye un trastorno genético llamado
“quimerismo”(3).
La época en la que se conocería el funcionamiento de las
glándulas de secreción interna –a partir de los signos asociados con
sus patologías– se demoraría muchas décadas más en
llegar. Antes de los informes ochocentistas acerca de experimentos y
enfermedades relacionados con los órganos encargados de las secreciones
internas, existían ya algunos datos
inconexos acerca de las glándulas sin conducto e incluso algunas
hipótesis que intentaban encontrar explicaciones teóricas
sobre un sistema en ciernes. No se relacionó, sin embargo, la
anatomía con las enfermedades y terapias de órganos, pues
de haberlo hecho, la medicina habría progresado más rápidamente.
Histología testicular
El descubrimiento del microscopio profundizó los estudios anatómicos.
Jean Riolan, el joven, describió en 1626 los
túbulos seminíferos y, medio siglo después, Leeuwenhock y
Ham descubrieron los espermatozoides. En 1651, Highmore
describió el mediastino testicular, tejido fibroso que contiene
la rete testis la que fue descrita en detalle un siglo después por
von Haller.
Regnier de Graaf, holandés nacido en 1641, hizo numerosos aportes a la
medicina durante su corta vida de 32 años.
Aunque es más conocido por los estudios sobre el ovario y el
“folículo maduro de De Graaf”, también investigó acerca del
testículo en 1668, antes de sus descripciones sobre el ovario.
Escribía con muy buen latín y en su libro Tractatus de virorum organis
generationi inservientibus informó que el testículo contenía
fundamentalmente túbulos seminíferos y no era
una glándula como se conocía en aquellas épocas.
De Graaf
llamaba al ovario “el testículo femenino”, sobre el que escribió
bastante; le asignaba, sin embargo, una función reproductiva
correcta pues debían “regar el útero a la manera de un jardín,
para que el suelo sea fértil y el semen masculino pueda germinar”(3).
Spallanzani (1780) llevó a cabo procedimientos de inseminación
artificial en animales. Astley Cooper escribió un libro
en 1830 con sus observaciones (macroscópicas) acerca de la
estructura y las enfermedades del testículo, refiriéndose
principalmente a quistes y a tumores malignos(2).
En 1850, Franz von Leydig(11) describió las células intersticiales en
animales (
figura 2).
Fue un médico y zoólogo, profesor de Anatomía Comparada en varias
universidades alemanas. Fue autor de numerosos estudios en crustáceos y
peces,
y en un detallado estudio de los órganos sexuales masculinos,
Leyding escribió lo siguiente: “Los estudios comparativos de
los tejidos permitieron el descubrimiento de unas células que
rodean los túbulos seminíferos, vasos y nervios. Estas especiales
células están presentes en pequeños números, siguiendo
el curso de los vasos sanguíneos, pero que aumentan considerablemente
su masa cuando rodean los túbulos seminíferos.
Son de carácter lipídico, pueden no tener color o teñirse de un
color amarillento, y tienen un núcleo vesicular claro”.
Figura 2. Franz von Leydig, descubridor de las células
intersticiales del testículo, donde se produce la
testosterona
Para el siguiente año, Albert von Kolliker –quien había investigado el
desarrollo y la naturaleza de los espermatozoides
y fue jefe de Leydig en Anatomía e Histología de la Universidad de
Wurzburg– encontró células de Leydig en humanos. En
1865 el italiano Enrico Sertoli describió un tipo diferente de
células testiculares, que eran epiteliales, altas, presentes en los
túbulos. A sus puntas se anexan las espermátides hasta que
se convierten en espermatozoides, por lo que algunos las han
llamado “células sustentaculares”. También está presente el
tejido conectivo vascular y con las células de Leydig forman el
tejido intersticial(1-3).
En 1889, Lipschutz y Wagner encontraron células de Leydig
insuficientemente desarrolladas en conejos eunucoides,
atribuyendo a estas células la secreción interna del testículo.
Para 1890, Reinke informó la presencia de cristaloides en las
células de Leydig. En 1896, Eccole Sacchi publicó el caso de
una pubertad precoz asociada a un tumor testicular de células
intersticiales que fue operado(2).
Los histofisiólogos Pol Bouin y Paul Ancel (entre 1903 y
1904) dedujeron el papel de las células de Leydig en la diferenciación
fenotípica masculina. También mostraron –en conejos
machos– que la ligadura de los conductos eferentes producía
degeneración de los túbulos seminíferos pero estos animales
mantenían sus características sexuales y el tejido intersticial
se encontraba intacto, donde están las células de Leydig; seis
años después encontraron el componente progestacional del
ovario(12).
Experimento pionero de Berthold
El naturalista, médico y zoólogo alemán Arnold Adolph
Berthold (1803-1861) realizó en 1849 un experimento que,
aunque pionero, fue opaco y de muy escaso impacto entre la
comunidad científica, pues incluso él mismo le restó importancia (
figura 3); él demostró que al
castrar y trasplantar los
testículos de gallo a la cavidad abdominal no se producían los
síntomas deficitarios que se ven en el capón; habló de la influencia de
su secreción en la sangre, y a través de ésta sobre
el organismo en general. Cuando descubrió que la cresta del
gallo es andrógeno-dependiente, Berthold se desempeñaba
como curador del zoológico local; vio que después de la castración, la
cresta se atrofia, desaparece la conducta agresiva del
macho y pierde el interés en las gallinas. Pero lo más importante fue
el que pudiera revertir los cambios al administrar el
extracto testicular crudo o hacer la reimplantación de la gónada;
muchos consideran este experimento como el nacimiento
de la endocrinología, aunque hemos visto que muchos de los
datos ya conocidos sobre el tema permanecían inconexos, sin
una hipótesis estructurada que se basara en resultados investigativos
claros e incontrovertibles.
Figura 3. Arnold Adolph Berthold
Poco tiempo después de su graduación como médico, Berthold fue director
del museo zoológico de la Universidad de
Gottingen, donde era profesor titular de la facultad de ciencias.
Consejero real de la corte de Hannover y miembro de la Academia de
Ciencias, publicó numerosos artículos científicos y un
par de manuales. Es curioso que no se hubieran extrapolado
estos hallazgos al experimento natural ampliamente conocido
de los
castrati italianos,
que mostraban un cuadro clínico de
hipogonadismo; o que no se basara en los escritos de Bordeu
ocho décadas antes(10,13).
La opoterapia
Ya en la segunda mitad del siglo diecinueve había fuertes
controversias acerca de aquellos empíricos que se lanzaban
a tratar con toda clase de medios una amplia variedad de patología, y
aquellos –como Oliver Wendell Holmes– que creían
que “el médico estaba para hacer diagnósticos, pronósticos y
facilitar la recuperación de las enfermedades autolimitadas. En
cuanto a la Materia Médica, bien podían tirarla al fondo del mar,
para bien de la humanidad y desastre para los pobres peces”(1).
El científico que termino estimulando la
charlatanería
Charles Edouard Brown-Séquard (1817-1894) fue básicamente un neurólogo
experimental –endocrinólogo por casualidad– recordado en los textos de
medicina por el síndrome
(idealizado, pues en la clínica no se observa tan perfecto) de
la hemisección medular que lleva su nombre; discípulo y sucesor de
Bernard en la Academia, fue literato frustrado, obstetra,
profesor del idioma gálico e ideólogo político. Brown-Séquard
comprobó que la adrenalectomía experimental ocasiona la
muerte de los animales; pero como dicha aseveración no pudo
ser reproducida por otros, atribuyó entonces el fallecimiento
de los animales a la gravedad de la intervención, es decir, que
no se debía a una insuficiencia suprarrenal aguda completa y
real. Antes del deceso, conejos, cobayos, perros y gatos –mas
no las ratas– presentaban hipotensión,anorexia, adelgazamiento, astenia
y pigmentación cutánea, como en la insuficiencia suprarrenal crónica en
el hombre; luego se supo que las
ratas tenían suprarrenales accesorias(14-17).
Era un importante exponente de la medicina francesa, aunque también
tenía origen americano y había nacido en Mauritania (
figura 4). Él estaba convencido de
que una serie de órganos
–no solo los testículos– contenían secreciones que podrían ser útiles
para tratar enfermedades; había estudiado los efectos de
la adrenalectomía en animales. Sugería lograr la revitalización
de los viejos con jugos testiculares y hasta con la inyección
intravenosa de semen o de sangre de la vena testicular desde décadas
antes de su publicación final, por lo que venía siendo criticado.
Figura 4. El gobierno de Mauritania expidió un estampilla
en 1994 en recuerdo de Brown-Séquard
Cuando, como adulto mayor, creyó que la administración
de extracto testicular mejoraba a los conejos seniles, él y su
esposa se lo autoadministraron, para luego informar en la Sociedad de
Biología de París, el 1o. de junio de 1889 (a sus 72
años), acerca de los excelentes resultados. Según él, en aquel
preparado estaba la fuente de la eterna juventud, ya que se había
rejuvenecido ¡al menos 40 años!
Dicha experiencia fue publicada en
Lancet,
donde se describían de la siguiente manera los efectos rejuvenecedores
de
los preparados testiculares de perros y cobayos:
“El día después de haberme aplicado la primera inyección
subcutánea –y aun más después de las siguientes dos– sentí
un cambio radical... había recuperado cuando menos toda la
fuerza que poseía muchos años antes... los resultados sobre la
fuerza muscular fueron medidos – antes y después– con un dinamómetro...
mejoró mi hábito intestinal... volví a mi anterior
capacidad de trabajo intelectual, la que se había disminuido...”.
También trató tres hombres en la tercera edad con extractos
testiculares de conejo y cobayo con resultados igualmente dramáticos,
mientras que otros dos que recibieron inyecciones de
agua no tuvieron reacción alguna”(16).
La publicidad a este artículo no se hizo esperar, no porque
se tratara de un estudio con una metodología científica, sino
por el tema en sí –que favorecía el sensacionalismo– y por la
gran fama del autor(14-16).
Nuevo auge de la opoterapia
Antes de que acabara aquel año, ya había doce mil médicos
que aplicaban el líquido de Brown-Séquard, varios químicos
que se enriquecían con la fabricación del elíxir de la vida, y muchos
galenos sin mayor formación que pusieron a sus pacientes en riesgo al
administrarles sin más ni más –aprovechando
la excitación del público– macerados o extractos de órganos de
animales(1-3). Se inició experimentación de la mala en humanos
a torrentes, pues se inyectaban y trasplantaban estos testículos
animales en patologías tan diversas como epilepsia, tuberculosis,
diabetes, parálisis, gangrena, anemia, arteriosclerosis,
influenza, enfermedad de Addison, histeria, migraña...(1).
Aunque Brown-Séquard siguió creyendo que él había descubierto algo
importante en el campo de la fisiología, en el cual era
considerado un experto sí se mortificó mucho por lo ocurrido
con la explosión de organoterapistas y de simples negociantes
que encontraron una veta lucrativa en su publicación, que un
tiempo después cayó en el desprestigio ante el escepticismo y
desconcierto manifestado en muchas revistas científicas de la
época; nadie podía creer que un numerario de la Sociedad Real
Británica y de la Academia Francesa de Ciencias, que había
realizado investigaciones de singular importancia en las principales
ciudades de Europa y América, saliera con semejantes
apreciaciones de tipo testimonial(14-16). Años más tarde, Harvey
Cushing, destacado neurocirujano y endocrinólogo, lo calificaría de “el
Ponce de León” de nuestros predecesores médicos.
Este colonizador español afirmó haber encontrado la fuente de
la juventud, en San Agustín, La Florida.
Ensayos exitosos
Su erróneo mensaje originó, sin embargo, un interés en lo
que sería la endocrinología; basta recordar a George R. Murray, quien,
en 1891, logró resultados dramáticos en la recuperación de la fuerza
muscular y el vigor intelectual, en un
paciente con mixedema que fue inyectado por vía subcutánea
con extracto fresco de tiroides de oveja(17).
Esto hizo pensar a los académicos que sus investigaciones
tenían importancia para su uso en la cama del enfermo, así que
los casos de hipotiroidismo se empezaron a tratar con tiroides
desecado y jarabe de rábano yodado, y el bocio endémico se
empezaba a prevenir en Suiza, en 1920, con la adición de yodo
a la sal de consumo humano, procedimiento que en Colombia
se inició en 1950(18).
Famosos negociantes
La costumbre de utilizar en terapéutica toda clase de órganos –incluso
los endocrinos– tuvo como líder al doctor Henry
R. Harrower (1883-1934), quien no sólo prescribía sino que
fabricaba productos organoterápicos. No sólo ofrecía unos
cuarenta órganos con sus correspondientes dosis e indicaciones, sino
que respaldó dicha terapia con 67 artículos “científicos”, tres libros
y numerosas conferencias. Alguna vez almorzó
con Osler, quien afirmó en esa ocasión –acudiendo a una analogía con un
deporte muy norteamericano, el béisbol– que las
secreciones internas serían el bate con el cual se impulsarían
las carreras. El golpe mortal a la organoterapia se lo dio Harvey
Cushing en 1921, quien inició una campaña contra estas
verdaderas “sopas de mondongo”; cuando la literatura endocrina se
volvió explosiva, Harrower intentó mantenerse al día
con una teoría: la “homo estimulación”, que tenía la ventaja de
que el terapista no tenía que preocuparse por sobredosificar
a los pacientes porque según el hambre de hormonas, el organismo solo
tomaba lo que necesitaba y el resto lo excretaba;
promovía entonces el uso masivo de preparados pluriglandulares, pues
–según él– todas las enfermedades tienen algún
componente de disfunción endocrina. Harrower era un empresario
increíble, vigoroso e informado. Ante los nuevos descubrimientos, hacía
concesiones pero siguió insistiendo hasta
el final sobre la organoterapia(19).
A Harrower se debe la fundación, en 1916, de la Asociación para el
Estudio de las Secreciones Internas, pues visitó
gran número de médicos particulares y muchos académicos,
hasta conseguir una primera reunión. Esta agremiación evolucionó hacia
la
Endocrine Society actual,
pero Harrower fue el
fundador también de su revista
Endocrinology.
En sus comienzos, trabajó intensamente para dicha Asociación, pero años
después sus colegas decidieron vetarlo, pues era ante todo un
negociante y en el mundo académico existía una gran ola de
escepticismo acerca de la actividad de hormonas administradas por vía
oral, con excepción de los preparados de tiroides.
En 1993 se fundó la Asociación Americana de Endocrinólogos
Clínicos a partir de disidentes de la sociedad original, que estaban
aburridos de tanta contemplación de la naturaleza (como
podrían llamar a la investigación básica) y querían un poco
más del arte de la práctica endocrinológica en enfermos(19).
Además de Harrower, existieron otros negociantes de preparados
organoterápicos supuestamente efectivos que tuvieron alguna fama: Fred
Leach, de Chicago, a quien las autoridades postales no le prestaban el
servicio por considerarlo un
defraudador, John (glándula de cabra) Brinkley, que garantizaba la cura
de la impotencia con la implantación de testículo de
cabra o de estimular la líbido femenina con jalea real. Desde
emisoras que tuvo en Kansas, y luego en México, hacía la propaganda de
sus productos(20-22).
La terapia celular fue promovida por el urólogo suizo Paul Niehans
quien –como precursor teórico de las terapias con
células madre– realizó más de cincuenta mil tratamientos en
los cuales daba células del mismo órgano para la hipofunción
y de órganos antagonistas para la hiperfunción. Utilizó toda
clase de preparados endocrinos –particularmente de testículo– y entre
sus pacientes famosos estuvieron el Papa Pío XII,
Bernard Baruch y Aristóteles Onassis(1).
Algunos laboratorios que existieron en Colombia en los
años cuarenta fueron reconocidos por su opoterapia, entre
ellos Labrapia (cuyos productos se denominaban órgano-cerebral,
órgano-hepático, etc.) y Hormona, casa mexicana que
se estableció en Colombia con inversiones locales de la familia
Lleras, que tuvo a Carlos Lleras Restrepo como presidente de
su Junta y que patrocinó durante años un recordado premio
científico, el Federico Lleras Acosta. Llama la atención que en
el vademécum PLM de 1944 que se volvió a editar para la conmemoración
de los sesenta años de su primera publicación,
entre los numerosos productos que anuncia el laboratorio
Hormona en México pude contar no menos de 44 opoterápicos, la mayoría
de “glándulas sin conducto” y que incluían extractos no solo gonadales
sino de próstata, mama, epífisis, placenta, timo, paratiroides, y una
curiosa hormona antitiroidea,
llamada “Tirofen”. Para los “trastornos neurovegetativos de la
mujer con hipertiroidismo” tienen el “poliglandín femenino
antitiroideo” que contiene extracto de glándulas frescas (ovario, mama,
timo, suprarrenal) más foliculina y más “hormona
antitiroidea”. Semejante menjurje opoterápico se recomienda
dar “entre una y tres grageas tres veces al día, junto con una
dieta lactovegetariana”. Laboratorios Hormona en Colombia
fue posteriormente adquirido por la casa Ayerst, que luego se
fusionó con Wyeth, una empresa farmacéutica americana que
finalmente pasó a Pfizer(1).
Las cirugías del rejuvenecimiento
El fisiólogo vienés Eugen Steinach (
figura
5) concluyó en
1920 que la ligadura unilateral del ducto deferente producía
una hipersecreción hormonal después de que la producción
secretora (de semen) de las gónadas cesaba. La operación de
Steinach –tratamiento autoplástico– para adultos mayors, se
volvió popular, habiéndose sometido a ella personajes como
Sigmund Freud y William Butler Yeats, poeta irlandés y Nóbel de
Literatura. Alejandro Lipschutz (1916) fisiólogo y antropólogo letón
chileno –y el mismo Steinach- observaron
hiperplasia de los cuerpos cavernosos de cobayas castradas e
injertadas con un testículo. Aunque Steinach era un científico
disciplinado (llamaba al tejido intersticial la “glándula de la pubertad”),
esa operación a lo sumo producía algún efecto durante
muy corto tiempo(20).
Sergio Voronoff, un emigrante conde ruso ubicado inicialmente en París
y luego en Algeria, hacía implantes de testículos de mico en humanos.
Como era recibido por prestigiosas
universidades donde dictaba conferencias y además logró publicaciones
en algunas revistas, consiguió alguna notoriedad.
Una comisión de científicos que lo visitó más adelante descalificó sus
trabajos(20-22).
Un médico que residía de la prisión de San Quintín (ubicada en una isla
al frente de San Francisco y actualmente cerrada), de nombre Leo L.
Stanley, realizó implantaciones heterologas de testículos de recién
ejecutados en otros prisioneros,
algunos de los cuales dijeron que se habían curado de una impotencia.
Aparte de antiético, podríamos decir que el procedimiento era
inoperante(1).
Algunos cirujanos se volvieron ricos trasplantando testículos, que
terminaron siendo de diversos mamíferos (venados,
chivos, micos); se citan los cirujanos de Chicago Víctor Lespinasse y
Frank Lidston(20-22).
Figura 5. Eugen Steinach
Ya mencionamos al falso médico John R. Brinkley (llamado
“el doctor de las glándulas de cabra”), quien había comprado su diploma
a una universidad pirata, la Eclectic Medical
University de Kansas. En ese estado creó un centro de rejuvenecimiento
a base de “xenotrasplantes”, después de oír una
conferencia de Voronoff en Chicago, acerca de sus implantes
testiculares mico-hombre(20). En Kansas no había micos, pero
sí muchos chivos, así que hizo mucho dinero castrándolos y
colocándolos en pacientes con disfunción eréctil, y luego para
curar toda clase de síntomas masculinos. Como cualquier empresario,
puso sucursales en diferentes estados de la Unión.
Durante dos décadas ejerció en medio del descrédito de la comunidad
médica, hasta que la Asociación Médica Americana
tomó cartas en el asunto, le quitó la licencia médica y le cerró
los centros. Fue también pionero de la radiodifusión, e incursionó en
la política debido a su popularidad. Sus millones de
dólares desaparecieron merced a numerosas demandas por mala práctica,
que perdió. Así, murió pobre y en desgracia. Su
notoriedad logró, sin embargo, que luego se escribieran varios
libros de tipo biográfico(10, 22).
Investigación seria
Al tiempo que existían estos charlatanes, hubo investigadores que
realizaron estudios adecuados. Así se observó que
en la orina de hombres normales hay algunas sustancias estrógenicas (de
hecho las células de Leydig producen estriol)
y que las mujeres también excretan andrógenos. Personajes
como McGee, Fred Koch, Butenandt, Ruscika, Lacqueur y otros,
lograron preparar extractos testiculares con cierta potencia y
finalmente aislar, cristalizar y sintetizar una serie de esteroides
sexuales, y además lograron esclarecer todos los pasos de
la esteroidogénesis a partir de la molécula de colesterol y en
núcleo esteroide del ciclopentano-perhidro-fenantreno(23,24).
Dichas investigaciones –y las que siguieron– se convirtieron
en verdaderos aportes a la ciencia, por lo que consideramos
que esto amerita un artículo especial.
Referencias
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