Orbitopatía tiroidea: conceptos básicos y diagnóstico
clínico
Helena M. Coy Villamil
Oftalmóloga de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud
(FUCS), Hospital San José de Bogotá.
Cirujana Plástica Ocular de la Fundación Oftalmológica de
Santander, en Bucaramanga.
La orbitopatía
tiroidea es la causa más frecuente de enfermedad inflamatoria de la
órbita y de proptosis; es una
patología inflamatoria autoinmune órgano-específica de
etiología aún no muy bien conocida, que compromete la glándula
tiroides, los músculos de la órbita, el tejido conectivo y la
grasa orbitaria. Antes llamada oculopatía Basedowniana, actualmente se
denomina orbitopatía debido a que afecta a todo
el contenido intraorbitario y dado que no siempre está asociada a la
enfermedad de Graves; también se conoce como orbitopatía de Graves,
orbitopatía tiroidea, orbitopatía distiroidea,
exoftalmos tiroideo y orbitopatía relacionada con la tiroides.
La primera referencia se tiene desde el año 1777 por Saint
Yves. Luego, en 1835, Graves publicó tres casos de mujeres
con exoftalmos y bocio; posteriormente, en 1840, Basedow
planteó la estrecha relación entre exoftalmía y las anomalías
tiroideas. La orbitopatía tiroidea está estrechamente asociada
con el hipertiroidismo, aunque también puede manifestarse
en otros estados anormales de la tiroides, como el hipotiroidismo
primario, la tiroiditis de Hashimoto e, incluso, en pacientes
eutiroideos.
En el 60-70 % de los casos es autolimitada, se presenta
más frecuente en mujeres en una relación 4:1 en comparación
con los hombres, aunque cursa de manera más grave en hombres mayores. Su incidencia es de 16 mujeres y 3 hombres por
cada 100 000 habitantes por año; sus picos de incidencia se
dan en dos momentos: en la quinta década de la vida y otro en
la séptima década.
Generalmente, se presenta de manera bilateral y asimétrica en un 85-95 % de los pacientes. La oftalmopatía puede
aparecer antes del hipertiroidismo en un 20 % de los casos,
se puede presentar al mismo tiempo en un 40 % de casos, y
seis meses después del diagnóstico en un 20 % de los casos. Su
etiología específica aún no es muy bien conocida; sin embargo,
se han encontrado factores genéticos asociados, como la enfermedad familiar, la raza, el sexo y los factores ambientales,
como el consumo de cigarrillo.
En cuanto a su patogenia, existen
varias teorías que involucran la producción de autoantígenos primarios
en los músculos extraoculares, autoantígenos primarios en receptores de
la
hormona liberadora de tiroxina (TSH, por sus siglas en inglés),
autoantígenos compartidos contra receptores de la TSH en la
glándula tiroides y en la órbita, así como de antígenos leucocitarios
humanos (HLA, por sus siglas en inglés) que activan linfocitos T en la
fase temprana de la enfermedad. Existe un antígeno o
autoantígeno común al tejido tiroideo y a los tejidos orbitarios,
que produce la activación de linfocitos T con la liberación de
citocinas, interferón gamma y otros factores, los cuales, a su vez,
producen la expresión de radicales libres y el factor de crecimiento de
fibroblastos. Esto conduce al crecimiento celular, la
transformación de preadipocitos, la síntesis de glicosaminoglicanos y,
con ello, edema tisular, depósito de colágeno y fibrosis.
En el momento del diagnóstico es
importante conocer el
estado endocrinológico del paciente, clasificar el estadio clínico,
indagar los antecedentes personales de enfermedad tiroidea, historia
familiar, consumo de cigarrillo, signos clínicos
sistémicos y locales, e instaurar el tratamiento específico.
La orbitopatía tiroidea puede
seguir un curso bifásico (curva
de Rundle): al inicio una fase progresiva o activa durante 6 a 18
meses, seguida de una fase inactiva o estable. Se debe realizar un
examen clínico de la córnea, la conjuntiva y el tejido periorbitario;
examinar la posición de los párpados y el cierre palpebral;
evaluar los movimientos oculares; realizar una medición objetiva
del grado de proptosis con un exoftalmómetro; tomar la agudeza
visual, la visión de colores y el campo visual; revisar la función
pupilar; y tomar la presión intraocular y el fondo de ojo.
Dentro de los signos y síntomas, el
paciente se puede presentar con exoftalmos asimétrico, retracción
palpebral, diferentes estrabismos generalmente restrictivos, signos
inflamatorios,
congestión vascular, hipertensión ocular, dolor retroocular tipo
presión, entre otros. Existen varios signos clásicos, que son:
Dalrimple: retracción palpebral primaria en la mirada.
Von Graefe: descenso retardado, incompleto y escalonado
del párpado superior en la mirada hacia abajo.
Kocher: mirada fija.
Braley: presión intraocular en supraducción >4 mm de posición primaria, entre otros.
No existen estudios que caractericen la población de nuestro
medio. La exoftalmometría de Hertel es una herramienta clave
para el examen y el seguimiento; se considera exoftalmos si es >20
mm o si existe una diferencia de más de 2 mm entre los dos ojos.
La enfermedad se puede clasificar
en activa o inactiva; si es
activa, se debe determinar en qué fase está: inflamatoria o no
inflamatoria (en caso de ser inflamatoria, se debe clasificar en leve,
moderada o grave); en la fase inactiva, se debe establecer si hay
secuelas o no a nivel de la órbita, los músculos y los párpados.
Es importante tener en cuenta los
signos de neuropatía óptica, como la pérdida de agudeza visual, el
edema de papila, el
defecto pupilar aferente, la alteración del campo visual y la pérdida
de la visión de colores, que requiere tratamiento oportuno.
Para la clasificación se puede utilizar el examen clínico
subjetivo o escalas objetivas como la NO SPECS (No physical
signs or symptoms, Only signs, Soft tissue involvement, Proptosis, Extraocular muscle signs, Corneal involvement, and Sight
loss), la CAS (clinical activity score), la VISA (vision, inflammation, strabismus, and appearance) y la EUGOGO (European
Group of Graves’ Orbitopathy) (Tablas 1-4).
La Tabla 1 clasifica el grado de severidad clínica, pero no
tiene en cuenta la visión de colores y no distingue la progresión inflamatoria de un estado no inflamatorio.
Tabla 1. Escala NO SPECS
Leve: menor a 4; moderada: mayor a 5; y severa: mayor a 6.
Tabla 2. Escala CAS
Oftalmopatía activa: 3/7 puntos en el primer examen o 4/10 puntos en exámenes sucesivos.
Tabla 3. Escala EUGOGO
Basada en los parámetros de actividad y gravedad.
En la Tabla 2 la escala no cuantifica cada elemento para el
seguimiento ni establece la gravedad.
En la Tabla 3, la actividad de la enfermedad se evalúa según el puntaje de actividad clínica (CAS) modificado, y algunos
parámetros de gravedad se evalúan en comparación con un atlas de imágenes desarrollado por el propio grupo; no tiene en
cuenta el estrabismo.
La Tabla 4 evalúa los parámetros de gravedad: V (visión); I
(inflamación/congestión); S (estrabismo/motilidad); y A (apariencia/exposición). Grado de severidad máxima: (20 puntos)
es la suma de cada uno de los sistemas; visión: 1; inflamación/
congestión: 10; estrabismo: 6; diplopía: 3 (más restricción 3);
apariencia/exposición: 3.
Tabla 4. Escala VISA
Conferencia
¿Cuándo un nódulo tiroideo es sospechoso?
John Jairo Duque Ossman
Médico Endocrinólogo, Armenia.
Miembro de Número de la Asociación Colombiana de
Endocrinología, Diabetes y Metabolismo (ACE).
Vicepresidente de la Federación Latinoamericana de
Endocrinología (FELAEN)
El objetivo principal de la evaluación de un nódulo tiroideo es determinar si es benigno o maligno. Para este
caso, la ecografía es una herramienta fundamental, ya
que es el método más sensible para detectar nódulos tiroideos
y es útil como guía de punción. Por lo tanto, ante una lesión
palpable en la exploración física, la ecografía determinará si
corresponde a un nódulo tiroideo o no, y, al mismo tiempo, determinará si es un nódulo no palpable. Además, aportará datos
sobre las características ecográficas de estos nódulos e identificará adenopatías sospechosas.
Según la American Thyroid Association (ATA), el nódulo se
define como “una lesión aislada en la glándula tiroides, ecográficamente distinta del parénquima circundante”. Se puede
acompañar de doppler y elastografia.
A continuación, se describen las características que aporta
la realización de una ecografía sobre un nódulo tiroideo:
Tamaño
Tasa de crecimiento
Contenido interno
Ecogenecidad
Ecoestructura
Márgenes
Forma
Patrón vascular interno
Invasión extracapsular
Calcificaciones
Las siguientes son las clasificaciones ecográficas según las
diferentes sociedades de tiroides, endocrinólogos clínicos y
radiología:
Características ecográficas del nódulo y
riesgo de malignidad, según la ATA en 2016
Benigno <1 %: lesiones quísticas.
Muy baja sospecha <3 %: nódulos espongiformes o parcialmente quísticos. Sin otros datos de sospecha.
Baja sospecha 5-10 %: nódulo isoecoico o hiperecoico, o nódulo mixto con áreas solidas excéntricas. Sin datos de
alta sospecha.
Sospecha intermedia 10-20 %: lesión hipoecoica con márgenes irregulares.
Alta sospecha >70-90 %: lesión con bordes irregulares o
espiculados, microcalcificaciones, lesión más alta que ancha o invasión a tejidos peritiroideos.
Características específicas y riesgo de
malignidad, según la American Association
of Clinical Endocrinologists (AACE), la
Asociación Colombiana de Endocrinología
(ACE) y la Associazione Medici
Endocrinologi (AME)
Bajo riesgo: quiste tiroideo, la mayoría de los nódulos quísticos con artefactos reverberantes, nódulo espongiforme
isoecoico.
Riesgo intermedio: nódulo isoecioco con vascularización
central, nódulo isoecoico con macrocalcificaciones, nódulo
isoecoico con puntos indeterminados hiperecoicos, nódulo isoecoico con elevada rigidez a la elastografia.
Alto riesgo: hipoecogenecidad marcada, microcalcificaciones, márgenes irregulares espiculadas, más alto que ancho,
crecimiento extracapsular, sospecha de nódulos linfáticos
regionales.
La clasificación TI-RADS (Thyroid Imaging Reporting and
Data System), que ha sufrido varias modificaciones, permite
evaluar un riesgo de malignidad en el caso de nódulos tiroideos, con la indicación de realización de una punción para el
estudio histológico. Se basa en analizar una serie de aspectos
ecográficos del nódulo y da una puntuación según una serie
de criterios. La suma de las puntuaciones da el resultado final.
Los datos para valorar son:
Composición:
Puntos quísticos o casi completamente quísticos: 0 puntos.
Espongiforme: 0 puntos.
Mixto quístico y sólido: 1 punto.
Sólido o casi completamente sólido: 2 puntos.
Ecogenicidad:
Anecoico: 0 puntos.
Hiperecoico o isoecoico: 1 punto.
Hipoecoicos: 2 puntos.
Muy hipoecoico: 3 puntos.
Más anchos que altos: 0 puntos.
Más alto que ancho: 3 puntos.
Margen:
Suave: 0 puntos.
Bien definido: 0 puntos.
Lobulados o irregulares: 2 puntos.
Extensión extratiroidea: 3 puntos.
Focos ecogénicos (elija todos los que apliquen).
Ninguno o grandes artefactos en “cola de cometa”: 0 puntos.
Macrocalcificaciones: 1 punto.
Calcificaciones periféricas (borde): 2 puntos.
Focos ecogénicos punteados: 3 puntos.
Con la suma de estas puntuaciones se obtiene un valor de
TI-RADS que da como resultado el riesgo de encontrarnos con
un nódulo maligno y la indicación de realizar una punción:
TI-RADS 1: 0 puntos. Benigno. No precisa punción.
TI-RADS 2: 2 puntos. No sospechoso. No precisa punción.
TI-RADS 3: 3 puntos. Levemente sospechoso (malignidad
en menos del 5 % de los casos). Punción en nódulos mayores de 2,5 cm. Seguimiento en menores de 1,5 cm.
TI-RADS 4: 4-6 puntos. Moderadamente sospechoso (riesgo de malignidad variable entre el 10-80 % de los casos).
Punción en nódulos mayores de 1,5 cm. Seguimiento en
menores de 1 cm.
TI-RADS 5: más de 7 puntos. Altamente sospechoso (más
del 80 % de los casos). Punción en nódulos mayores de 1
cm. Seguimiento en menores de 0,5 cm.
TI-RADS 6: malignidad confirmada histológicamente
Conferencia
Estratificación dinámica del riesgo en el cáncer de
tiroides
Natalia Aristizábal Henao
Médica Internista Endocrinóloga.
Miembro de Número de la Asociación Colombiana de
Endocrinología Diabetes y Metabolismo (ACE), Medellín.
La estratificación del riesgo en el
cáncer de tiroides es clave
para determinar la probabilidad de recaída de la enfermedad, lo que
guiaría la realización de intervenciones conforme a este riesgo, de
manera que no haya sobretratamientos
en pacientes de bajo riesgo, ni manejos incompletos en aquellos
de alto riesgo. Esto resulta particularmente importante en las
neoplasias tiroideas si se considera el buen pronóstico de los
pacientes con carcinoma diferenciado de tiroides en comparación con
otras neoplasias, como el cáncer medular de tiroides,
que acarrea una menor supervivencia a 10 años.
La estratificación inicial se hace en el posoperatorio con
base en el reporte de la patología quirúrgica. Esta determina
la necesidad o no de tratamiento con yodo 131 (I-131) como
adyuvante o para la ablación del remanente tiroideo según los
hallazgos histopatológicos del tumor y la presencia o no de
metástasis en los ganglios cervicales o a distancia; con esto, los
pacientes podrán ser clasificados como de bajo, intermedio o
alto riesgo de recurrencia. Por su parte, la clasificación TNM se
relaciona con el riesgo de mortalidad asociado a la neoplasia.
Durante el seguimiento
(inicialmente a los dos años y
luego en forma periódica), los pacientes vuelven a ser estratificados
con base en la respuesta al tratamiento, esto es la
estratificación dinámica del riesgo, que ofrece un riesgo real
de recurrencia en cada momento y facilita, de esta manera,
la individualización del manejo y el seguimiento, como se ha
demostrado en análisis retrospectivos; sin embargo, su validación en
modelos prospectivos está por probarse. Esta nueva
clasificación incluye resultados de estudios de imagen (ecografía de
tiroides), niveles séricos de tiroglobulina (Tg) (estimulados o
suprimidos) y la presencia o no de anticuerpos
contra la tiroglobulina (TgAb); cabe resaltar que la evaluación
de Tg es de importancia crucial.
La respuesta al tratamiento en el seguimiento podrá catalogarse como excelente, bioquímica incompleta, estructural
incompleta o indeterminada (Tabla 1).
Los pacientes que logran una
respuesta excelente se caracterizan por un muy bajo riesgo de
recurrencia (1-4 %) y de
muerte a causa del cáncer (<1 %); hasta el 30 % de los pacientes que
muestran una respuesta bioquímica incompleta,
no presentan enfermedad persistente al final del seguimiento
(solamente en terapia con levotiroxina), pero el 20 % requieren alguna
terapia adicional y hasta el 20% desarrollan enfermedad estructural.
Aun así, el riesgo de muerte relacionada con la malignidad permanece
bajo en este grupo (<1 %). Si
consideramos que los pacientes con respuesta estructural incompleta
(50- 85 %) tienen enfermedad persistente a pesar
del tratamiento inicial, la mortalidad en pacientes con enfermedad
locorregional puede ser del 11 %, y en aquellos con
metástasis a distancia hasta del 50 %. Aquellos con respuesta
indeterminada también tienen bajo riesgo de muerte asociada
al cáncer (<1 %), la mayoría permanecen estables o con cambios
inespecíficos en imágenes que se resuelven durante el seguimiento,
aunque 15-20 % tendrán nuevamente enfermedad
estructural. Es de reconocer que los pacientes con remisión
clínica tienen un muy buen pronóstico, independientemente
del grupo de riesgo inicial al cual pertenecieron.
Tabla 1. Respuesta al tratamiento inicial en cáncer diferenciado de tiroides
Una respuesta excelente al
tratamiento justifica una monitorización menos estricta y un menor
grado de supresión de
la hormona estimulante de la tiroides (TSH), lo cual es particularmente
importante en pacientes de alto riesgo cardiovascular y con
osteoporosis. Por otro lado, los pacientes con
respuesta bioquímica y estructural incompleta requieren una
supresión de la TSH, estudios de imagen, un seguimiento más
cercano y, eventualmente, otros tratamientos. Para los casos
de respuestas indeterminadas se recomienda la observación y
las mediciones seriadas de Tg con un seguimiento de las lesiones
inespecíficas presentes en los estudios de imagen.
De esta manera, la estratificación dinámica del riesgo permite una mejor predicción e individualización del riesgo de
recurrencia durante el seguimiento en pacientes con cáncer
diferenciado de tiroides. La estratificación inicial estática del
riesgo basado en la patología quirúrgica trasciende a la inclusión de aspectos como las imágenes, los niveles séricos de Tg
y anticuerpos antitiroglobulina para reclasificar al paciente a
través del tiempo y determinar, a partir de ello, las metas de
TSH y el plan de seguimiento.
Finalmente, existen propuestas de estratificación dinámica del riesgo en el cáncer medular de tiroides basadas en el
tiempo de doblaje de los marcadores tumorales (la calcitonina
y el antígeno carcinoembrionario), aunque aún no han sido
completamente establecidas en las guías de manejo clínico.
Conferencia
Factores de riesgo de recaída en el cáncer diferenciado
de tiroides
Gloria Garavito
Médica Internista Endocrinóloga, Máster en Biología.
Profesora emérita del Instituto Nacional de Cancerología.
En la actualidad se desempeña como Endocrinóloga en el Centro
Nacional de Oncología, y en práctica privada.
Miembro de Número de la Asociación Colombiana de
Endocrinología, Diabetes y Metabolismo (ACE), Bogotá.
El beneficio dado por la extensión de la cirugía después de
la aplicación de yodo radioactivo frente a la morbilidad y
los costos para el sistema de salud debe ser evaluado de
acuerdo con los factores de riesgo para la mortalidad (sistema de
estadificación TNM más la edad) y la recaída (American Thyroid
Association [ATA]). La selección de un punto de corte adecuado
para la edad puede evitar tratamientos innecesariamente agresivos. La octava edición del sistema de estadificación TNM informa
el cambio en el corte de edad, que se elevó a 55 años.
Cada vez más, se discute la importancia de la invasión microscópica de la cápsula tiroidea. La diferenciación entre la
verdadera angioinvasión como factor de riesgo debe diferenciarse de la invasión linfovascular, usualmente presente en el
carcinoma papilar, pero que no implica el riesgo de diseminación tumoral por la vía hemática.
Asimismo, el reconocimiento de la
neoplasia folicular tiroidea no invasiva con características nucleares
similares a las
papilares (NIFTP, por sus siglas en inglés), a la cual pertenecerían
algunos pacientes con el hasta ahora reconocido carcinoma papilar
variante folicular encapsulado, permite reclasificar
pacientes en esta nueva entidad, que cursa con un mínimo
riesgo de recaída estructural o bioquímica.
Finalmente, es importante recalcar los factores claramente
definidos como de alto riesgo, para ofrecer una terapia adecuada de manejo y seguimiento.
Conferencia
Orbitopatía tiroidea: herramientas e imágenes en el
diagnóstico
Helena M. Coy Villamil
Oftalmóloga de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud
(FUCS), Hospital San José, Bogotá.
Cirujana Plástica Ocular de la Fundación Oftalmológica de
Santander, Bucaramanga
El diagnóstico de la orbitopatía tiroidea es principalmente clínico; sin embargo, podemos contar con diferentes
herramientas, como la tomografía computarizada de
orbitas, la resonancia magnética nuclear (RMN) de orbitas y
la ultrasonografía ocular y de órbita, las cuales permiten descartar patologías que forman parte del diagnóstico diferencial
y ayudan a confirman el diagnóstico.
Tomografía computarizada
La tomografía computarizada simple es una opción buena y
útil en caso de tener una duda diagnóstica, en caso de compromiso de neuropatía óptica o sospecha de ápex orbitario y en los
casos en los que se requiere decidir sobre el manejo quirúrgico.
La tomografía computarizada permite identificar las estructuras
intraorbitarias, puede establecer volúmenes, tiene buena visualización del hueso y su costo es más bajo en comparación con la
resonancia magnética. Se debe tomar sin medios de contraste yodados debido a que pueden inducir o exacerbar tirotoxicosis; la
grasa sirve de contraste natural de fondo a los músculos, que son
las estructuras principales afectadas en la orbitopatía tiroidea.
El estudio de tomografía
computarizada en la orbitopatía
tiroidea se efectúa en cortes axiales cada 3-5 mm y coronales cada 5
mm. Como hallazgos característicos encontramos:
exoftalmos, engrosamiento del vientre muscular con inserción
tendinosa normal, incremento de volumen de grasa y rectificación del
nervio óptico según su severidad; además, nos proporciona el detalle
óseo y de los senos paranasales, importante en los casos en los que se
requiere decidir la realización de
una conducta quirúrgica de descompresión.
Si el retorno venoso está
comprometido, la vena oftálmica superior muestra un diámetro superior
en cortes axiales y
coronales. En cuadros crónicos, el engrosamiento de los músculos puede
llevar a la atrofia o la fibrosis de estos; aproximadamente el 90 % de
los pacientes tiroideos estudiados en la
tomografía computarizada muestran alguna alteración.
El 75 % de los pacientes con orbitopatía tiroidea tienen
compromiso muscular, con mayor incidencia del recto inferior,
después el recto medial, el músculo recto superior y el músculo elevador del párpado. Se ha descrito que el aumento de
volumen en la órbita se debe en un 45 % de los casos a los
músculos, el tejido conjuntivo y la grasa intraorbitaria; en un
20 % solo a los músculos; y en un 28 %, la grasa.
Resonancia magnética
Generalmente, la resonancia magnética de órbitas no se
utiliza para el diagnóstico de orbitopatía tiroidea, debido a que
aporta pocas ventajas respecto a la tomografía computarizada,
es más costosa y no es de elección para ver el tejido óseo, en
caso de cirugía para descompresión de orbita.
Sin embargo, con la resonancia magnética se puede valorar la actividad de la enfermedad relacionada con la presencia
de edema o de fibrosis en los músculos. En la fase activa se
observa un aumento de la intensidad en los músculos por el
edema, y en la fase inactiva se observa una disminución de la
intensidad por fibrosis residual. Por esta razón, se ha utilizado
con fines académicos para evaluar el tratamiento con esteroides al observar cambios en la señal del músculo.
Ultrasonografía
La ultrasonografía ocular y de
orbitas no produce radiación ionizante, es de fácil accesibilidad por
el oftalmólogo y
de bajo costo, aunque requiere experiencia y es observadordependiente;
además, es más fácil visualizar el engrosamiento muscular en la
tomografía computarizada o la resonancia
magnética, y no aporta buenas imágenes del tercio posterior
de la órbita.
La ecografía permite una rápida exploración de la órbita
para descartar la presencia de otro tipo de compromiso orbitario, como miositis, tumor, entre otros, y muestra los cambios
producidos en la grasa y los músculos orbitarios.
Al igual que en la tomografía, se observa el engrosamiento
del músculo en su vientre. En el modo A se pueden observar
ecos de baja reflectividad que indican inflamación en el músculo (signo de actividad); en los casos no activos, aparecen
ecos de media-alta reflectividad en el vientre muscular. También se puede apreciar el incremento del volumen de grasa,
que se traduce en una imagen ecográfica orbitaria mayor de
lo normal. Cuando hay un aumento de grasa, se incrementa el
volumen de los espacios extraconal, intraconal y preseptal.
En casos de compresión posterior (síndrome del ápex orbitario), la vena oftálmica superior se observa más dilatada,
la glándula lagrimal se puede ver de mayor tamaño y puede
haber un ensanchamiento de las vainas del nervio, que sugiere
neuropatía por compresión.
Se ha descrito un aumento del
tamaño muscular en el 63 %
de pacientes con orbitopatía tiroidea sin clínica oftalmológica.
Mc Nutt y colaboradores han establecido el diámetro a partir
del cual el tamaño de los músculos rectos puede considerarse
patológico: 5,2 mm para el medio, 5,1 mm para el lateral, 4,8
mm para el superior y 4,4 mm para el inferior, sin embargo, se
debe tener en cuenta que estos pueden variar debido a cambios pequeños
en el ángulo del transductor. Una diferencia superior a 0,5 mm en el
diámetro del mismo músculo en cada
órbita también se considera patológica.
Conferencia
Hipotiroidismo en el embarazo: la hormona estimulante
de la tiroides (TSH) en el diagnóstico y el tratamiento
Natalia Aristizábal Henao
Médica Internista Endocrinóloga.
Miembro de Número de la Asociación Colombiana de
Endocrinología Diabetes y Metabolismo (ACE), Medellín.
En el embarazo, las enfermedades
tiroideas son frecuentes
y, dado que la deficiencia de hormona tiroidea tiene efectos adversos
en el desarrollo del feto, en particular sobre
el sistema nervioso central (SNC), el objetivo de la intervención será
mantener el eutiroidismo en la mujer gestante. Al respecto,
se han publicado múltiples guías para el manejo del hipotiroidismo en
embarazo, pero las de la American Thyroid Association (ATA) se
consideran las de mayor rigurosidad científica.
La glándula tiroidea fetal inicia su función después del
primer trimestre, lo que hace al feto dependiente del aporte
hormonal por parte de su madre durante este período de la
gestación. De esta manera, la tiroxina (T4) es la hormona tiroidea
materna más importante, debido a que cruza la barrera
placentaria; el consumo fetal de la T4 materna, sumado al aumento de
las concentraciones de las proteínas transportadoras, de la excreción
urinaria de yodo y de la degradación de la
hormona materna por la desoyodasa tipo 3 placentaria, hace
que el incremento de la producción hormonal por parte de la
madre sea clave para cubrir los requerimientos del feto.
El hipotiroidismo primario manifiesto se define por el nivel elevado de la hormona estimuladora de la tiroides (TSH,
por sus siglas en inglés) con una disminución de la T4 o una
TSH >10 mUI/L, por sus implicaciones en el embarazo; por su
parte, el hipotiroidismo subclínico se refiere a la elevación de la
TSH (pero <10 mUI/L) con T4 normal. En el embarazo, el hipotiroidismo está definido por la concentración elevada de la TSH,
considerando los rangos de referencia específicos por trimestre
y las dificultades para la medición adecuada de la T4 libre (T4L)
durante la gestación; la hipotiroxinemia aislada se caracteriza
por una T4L <2,5 percentil de la normalidad con TSH normal.
La prevalencia del hipotiroidismo manifiesto en el embarazo
es de 0,3-0,5 % y la del hipotiroidismo subclínico es de 4-17 %,
dependiendo del límite superior de la tirotropina. La presencia
de anticuerpos antiperoxidada tiroidea (TPOAb) es común en las
mujeres en edad fértil (5,1-12,4 %) y en el embarazo (18 %). En
pacientes sin disfunción tiroidea, la presencia de TPOAb duplica
el riesgo de sufrir un aborto y, aunque la asociación está establecida,
la causalidad no ha sido probada. El hipotiroidismo materno
manifiesto ha sido asociado con el aumento del riesgo de partos
pretérmino, bajo peso al nacer, pérdidas fetales, trastornos
hipertensivos y efectos negativos en el desarrollo neurocognitivo del
feto, y la deficiencia grave no tratada es la responsable del
hipotiroidismo congénito. Las consecuencias del hipotiroidismo
subclínico durante la gestación son difíciles de determinar, dado que
los
resultados de los estudios son variables dependiendo del valor de
TSH considerado como límite superior de la normalidad y la presencia o
no de TPOAb. Se han reportado pérdidas fetales, partos
pretérmino, trastornos hipertensivos y alteraciones neurocognitivas en
el neonato; sin embargo, con respecto a este último punto, los estudios
de intervención no muestran beneficios, aunque
la suplencia hormonal se realizó después del primer trimestre de
la gestación. Los efectos de la hipotiroxinemia aislada durante la
gestación parecen estar relacionados con un mayor peso al nacimiento,
un aumento del riesgo de nacimiento prematuro y el
desarrollo neurocognitivo, pero no se han demostrado los beneficios de
la intervención con levotiroxina.
Durante la gestación, los cambios fisiológicos hacen difícil
la interpretación de las pruebas analíticas, por lo que se justifica
considerar intervalos específicos por trimestre para las
hormonas tiroideas, definidos por estudios poblacionales; no
obstante, estos no siempre están disponibles, por lo cual la
recomendación para considerar una TSH como normal en el embarazo
consiste en modificar el intervalo de la mujer no gestante
a partir del primer trimestre (entre la semana 7-12) disminuyendo 0,4
mUI/L el límite inferior y 0,5mUI/L el límite superior,
que corresponde a considerar un límite superior de 4 mUI/L.
La medición adecuada de la T4L representa un reto durante el
embarazo, así que se considera más apropiada la medición de la
T4 total (T4T), teniendo en cuenta el aumento predecible de las
proteínas transportadoras. De esta manera, el límite superior
de referencia de la no gestante deberá aumentarse 5 % por semana a
partir de la semana 7 hasta la semana 16 y luego deberá
aumentarse 50 % hasta el momento del parto.
La tamización universal del hipotiroidismo en el embarazo
es controversial y se prefiere una estrategia dirigida a las pacientes
de alto riesgo, en las cuales, una vez se confirme el embarazo, se debe
medir la TSH; si el resultado es 2,5-10 mUI/L,
se complementará con los TPOAb. El tratamiento del hipotiroidismo
materno consiste en la administración de levotiroxina,
la cual deberá iniciarse si la TSH está por encima del límite superior
de la normalidad ajustado por la gestación y los TPOAb
son positivos o la TSH >10 mUI/L y los TPOAb son negativos.
También podrá considerarse la administración si los TPOAb son
positivos y la TSH >2,5 mUI/L, pero menor del límite superior
ajustado por el embarazo o en ausencia de TPOAb, además,
concentraciones de la TSH por encima del límite superior ajustado
(>4 mUI/L), pero <10 mUI/L. No se recomienda si los TPOAb
son negativos y la TSH está dentro del rango de normalidad
ajustado (<4 mUI/L). Las pacientes hipotiroideas con deseo de
gestación deberían tener una TSH <2,5 mUI/L y ajustar la dosis
de levotiroxina tan pronto se confirme el embarazo, ya que la
meta durante la gestación para todas las mujeres que toman levotiroxina
es una TSH en la mitad inferior del rango de referencia ajustado
(<2,5 mUI/L). Las mujeres gestantes con hipotiroidismo subclínico,
manifiesto o una función tiroidea adecuada,
pero de alto riesgo de hipotiroidismo requieren la medición de
la TSH al momento de la confirmación del embarazo, cada 4 semanas hasta
la mitad de la gestación y luego a la semana 30. Si el
hipotiroidismo pregestacional está relacionado con tratamiento
por enfermedad de Graves, se requiere, además la medición de
anticuerpos contra el receptor de la TSH durante el embarazo.
En el posparto, las mujeres con hipotiroidismo pregestacional deberán regresar a la dosis de levotiroxina que tenían
antes del embarazo y, en caso de que se haya iniciado la administración del medicamento durante la gestación, este deberá
suspenderse después del parto y se debe solicitar control de
TSH a las 6 semanas.
Médico, Internista y Endocrinólogo de la Universidad del Rosario.
Centro Médico Norte.
Miembro fundador y presidente de Capítulo nororiente de la
Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo
(ACE), Cúcuta.
El HSC es y seguirá siendo un asunto de permanente polémica. Lo único que se tiene claro es su definición, la cual
está basada exclusivamente en el aspecto bioquímico, el
nivel elevado de la hormona estimulante de la tiroides (TSH) y
los niveles normales de tiroxina (T4). Las áreas específicas de
controversia son los valores normales de TSH en la población
general y en las poblaciones específicas (niños, mujeres en estado embarazo, mujeres en la posmenopausia, personas de la
tercera edad), las indicaciones de tamizaje, la relación del HSC
con síntomas y desenlaces neurológicos, cardiovasculares, psiquiátricos, calidad de vida, etc., y el beneficio del tratamiento.
Los aspectos generales para tener en cuenta en el HSC son
la prevalencia del 4-20 % en adultos, en su mayoría en mujeres, la edad
avanzada y la autoinmunidad tiroidea. Puede progresar al cuadro
manifiesto, especialmente si hay anticuerpos
antitiroideos. Se ha asociado con anormalidades metabólicas,
cardiovasculares, reproductivas, materno-fetales, neuromusculares,
cognitivas, y baja calidad de vida. Algunos estudios
han sugerido el beneficio de la terapia con levotiroxina, pero
otros no. Por esta razón, se requieren estudios que demuestren
claramente el impacto del HSC y el efecto de la terapia en
esta condición.
En el aspecto del tamizaje, las recomendaciones de las diferentes
asociaciones científicas son muy variadas: desde manifestar que existe
evidencia insuficiente en los beneficios y
los riesgos del tamizaje (la U. S. Preventive Services Task Force
[USPSTF]) hasta indicarlo inicialmente en adultos >35 años (la
American Thyroid Association [ATA]). Por su parte, la idea de
una búsqueda “agresiva” de casos, en pacientes en riesgo de
enfermedad tiroidea (enfermedad autoinmune, irradiación de
cuello y medicaciones que afecten la función tiroidea) ha venido
ganando terreno.
En referencia a la relación del HSC y los desenlaces, se ha
demostrado una mayor progresión hacia el hipotiroidismo manifiesto, los
síntomas de hipotiroidismo y los marcadores subrogados de riesgo
cardiovascular, en mayor medida con niveles de TSH >10 mUI/L. En el
caso de la enfermedad coronaria y
la insuficiencia cardíaca, la evidencia es fuerte solamente en los
casos en los que la TSH es >10 mUI/L. La asociación del HSC con
el riesgo de enfermedad cerebrovascular o deterioro cognitivo
es débil, independientemente del nivel de TSH < o >10 mUI/L.
Con respecto al beneficio de la suplencia tiroidea en el HSC,
recientemente se han publicado nuevos ensayos clínicos controlados y metaanálisis, pero ¿cambian en algo lo que se conoce
hasta ahora? A continuación, se mencionan los más relevantes.
En el metaanálisis de Feller y colaboradores, “Asociación
de la terapia con hormona tiroidea con la calidad de vida y
síntomas relacionados con tiroides en pacientes con hipotiroidismo subclínico”, se analizaron 21 estudios en los que se
aleatorizaron 2192 pacientes adultos. Como resultado no se
encontró un beneficio de la terapia con levotiroxina en lo referente a la calidad de vida, los síntomas generales relacionados
con la tiroides y, más específicamente, con la fatiga y el cansancio, como tampoco una mejoría en los síntomas depresivos ni
en la función cognitiva.
El estudio más grande incluido en dicho metaanálisis fue
el del Stott y colaboradores, “Terapia con la hormona tiroidea
para adultos mayores con hipotiroidismo subclínico”, un ensayo clínico doble ciego, aleatorizado, controlado con placebo,
con grupo paralelo, que incluyó 737 adultos mayores de 65
años, de los cuales 368 fueron asignados a recibir levotiroxina.
Al cabo de 12 meses, no se encontraron diferencias significativas en los desenlaces primarios (síntomas de hipotiroidismo,
escala de cansancio) entre el grupo tratado y el grupo control,
como tampoco en los desenlaces secundarios (calidad de vida,
eventos cardiovasculares fatales o no, mortalidad cardiovascular, muerte por cualquier causa). Cabe resaltar que no hubo
diferencias entre los grupos en cuanto a los síntomas adversos
de hipertiroidismo ni en los eventos adversos serios (inicio de
fibrilación auricular, insuficiencia cardíaca, fracturas, diagnósticos nuevos de osteoporosis).
Esta evidencia nos permite afirmar que de los motivos que
se esgrimen para iniciar un tratamiento para el HSC, como
evitar la progresión a hipotiroidismo manifiesto, el alivio de
síntomas, la disminución de la morbimortalidad cardiovascular, la
mejoría de la calidad de vida, la mejoría de la función
cognitiva, etc., solamente es claro el primero de ellos. Esto no
significa que no se deba tratar el HSC, sino que debe hacerse una
valoración adecuada de cada caso, en donde prime el juicio clínico y se
tengan en cuenta algunas consideraciones
clave, como el grado de elevación de la TSH, la autoinmunidad
tiroidea, la edad, las comorbilidades y los síntomas presentes
(sobre todo niveles más elevados de TSH).
En conclusión, el HSC es una entidad con una prevalencia
importante en adultos, que puede progresar al cuadro manifiesto y, además, puede asociarse a diferentes alteraciones
de tipo metabólico, cardiovascular, psiquiátrico, cognitivo, de
calidad de vida, entre otros. No se ha logrado demostrar claramente el beneficio de la terapia con levotiroxina y, mientras
no se cuente con estudios bien diseñados que demuestren lo
contrario, se requiere una evaluación y un juicio clínico adecuados para decidir qué pacientes podrían beneficiarse de la
suplencia tiroidea.
Conferencia
Inhibidores de la tirosina cinasa en el cáncer de tiroides
Alejandro Román González
Profesor de Endocrinología, Facultad de Medicina, Universidad de
Antioquia, Sección de Endocrinología, Hospital Universitario San
Vicente Fundación.
Miembro de Número de la Asociación Colombiana de
Endocrinología, Diabetes y Metabolismo (ACE), Medellín.
Introducción
La mayoría de las pacientes con
cáncer de tiroides tienen
buen pronóstico a largo plazo. Sin embargo, la presencia
de enfermedad metastásica disminuye la supervivencia
a 5 años, de 99,9 % a 55,5 %. Algunos pacientes con enfermedad avanzada
no responden o progresan a pesar de la cirugía, la radioterapia, el
yodo radioactivo y la supresión de la
hormona tiroidea. Para estos pacientes no existían opciones
terapéuticas reales dado que la quimioterapia aprobada, la
doxorrubicina, tiene pobres tasas de respuesta; no obstante,
los inhibidores de la tirosina cinasa representan una opción
de tratamiento.
Las tirosina cinasas son moléculas que funcionan como
intermediarias de la señalización celular y estimulan su proliferación, angiogénesis, invasión, metástasis y autorregulación.
Los inhibidores de la tirosina cinasa interrumpen las vías implicadas en la proliferación celular y angiogénesis del cáncer al
inhibir estas moléculas.
Inhibidores de la tirosina cinasa en el
cáncer papilar de tiroides (CPT)
El efecto de estas moléculas en el
CPT se debe entender
como un modulador del crecimiento tumoral o “tumor-estático”, cuyo
resultado es la estabilización de la enfermedad y el retardo en su
progresión. En menor proporción, tienen un efecto
directo en la célula tumoral y conducen a su lisis, lo que resulta
en la disminución de la carga tumoral. Los resultados clínicos
encontrados con los inhibidores de la tirosina cinasa resaltan
la importancia de la vía antiangiogénica en el control del CPT
metastásico y la independencia de su efecto de las mutaciones
de vías intracelulares asociadas a las enzimas tirosina cinasa.
Para el uso de estas terapias en el CPT, el paciente debe
cumplir, como mínimo, los siguientes requisitos:
Cáncer de tiroides localmente avanzado irresecable o metastásico.
Imposibilidad de realizar otras terapias, como ablación
con yodo, radiofrecuencia, etanol, radioterapia o resección
quirúrgica.
Resistencia al yodo radioactivo.
Progresión documentada de la enfermedad mediante una
imagen diagnóstica con el uso del método RECIST (Response Evaluation Criteria In Solid Tumors).
Idealmente, el hallazgo de tejido metabólicamente activo
en la tomografía de emisión de positrones (TEP) (aunque
no es un criterio obligatorio en los ensayos clínicos).
Estado funcional adecuado (escala ECOG [Eastern Cooperative Oncology Group] 0-2, o índice Karnofky 70-100 %).
Los inhibidores de tirosina se
pueden separar en: inhibidores multicinasa o terapias dirigidas a un
solo blanco. La única terapia aprobada y disponible en nuestro medio a
la fecha
(marzo de 2019) es el sorafenib. Este es un inhibidor multicinasa del
receptor del factor de crecimiento derivado del endotelio vascular
(VEGFR, por sus siglas en inglés) 1-3, el gen
RET, su reordenamiento RET/PTC y el gen BRAF, se aprobó en
el 2013 con base en DECISION (stuDy of sorafEnib in loCally
advanced or metastatIc patientS with radioactive Iodine refractory thyrOid caNcer),
un estudio aleatorizado, controlado con placebo que demostró que
sorafenib prolongó la supervivencia libre de progresión (SLP) de 5,8
meses a 10,8 meses (p
<0,001). Los efectos adversos más comunes fueron síndrome
mano-pie, diarrea, alopecia, brote y fatiga.
La otra terapia aprobada por la
Food and Drugs Administration (FDA) en 2015 es el lenvatinib, que no
está disponible en nuestro medio. Este es un inhibidor del VEGFR 1-3,
el
receptor del factor de crecimiento de fibroblastos (FGFR, por
sus siglas en inglés) 1-4, el factor de crecimiento derivado de
plaquetas (PDGFR, por sus siglas en inglés), el gen RET y el
receptor c-Kit. Fue aprobado con base en SELECT (Study of
(E7080) Lenvatinib in Differentiated Cancer of the Thyroid), un
estudio aleatorizado controlado con placebo, que demostró
que lenvatinib prolongó la SLP de 3,6 meses a 18,3 meses (p
<0,001). Los efectos adversos más comunes de esta terapia
son hipertensión, diarrea, fatiga, pérdida de peso y disminución del apetito.
En estudios fase I y fase II se evalúan otras terapias, como
el everolimus, los inhibidores de BRAF (dabrafenib, vemurafenib) y los inhibidores de las proteínas MEK, como trametinib
y selumetinib, entre otros (clinicaltriasl.gov). La combinación
de dabrafenib y trametinib es particularmente efectiva contra
el cáncer anaplásico de tiroides con mutación en BRAF .
Los inhibidores de la tirosina
cinasa tienen una alta incidencia de efectos adversos, por ende, es
esencial una monitorización cuidadosa y un manejo agresivo de estos
efectos
para que el paciente se adhiera al tratamiento y se beneficie
de estas terapias.
Elección de la terapia inicial en el CPT
avanzado
En nuestro medio, la decisión sobre
la elección de la terapia es relativamente fácil, dado que solo
sorafenib está disponible. Los estudios de lenvatinib y sorafenib no
son comparables; la población en placebo fue diferente y aparentemente
los pacientes del estudio SELECT estaban un poco más enfermos y algunos
habían recibido inhibidores de la tirosina
cinasa previamente. En la actualidad, la decisión sobre qué
medicamento usar depende del juicio clínico. En algunas instituciones,
como el MD Anderson Cancer Center, el lenvatinib
es la primera línea de tratamiento por su eficacia y respuesta
tumoral. Sin embargo, en algunos casos, no es la mejor opción debido al
riesgo de fístulas y sangrado traqueales o gastrointestinales. A
futuro, el uso de marcadores moleculares
puede ayudar a precisar mejor el medicamento que se debe
usar. Por ejemplo, larotrectinib es un inhibidor de la proteína
TRK aprobado para el cáncer en las fusiones génicas-oncogénicas en el
gen NTRK; es decir, si el estudio molecular detecta
una fusión génica en NTRK, la terapia inicial en este paciente
debería ser larotrectinib. Esta alteración es más frecuente en
el cáncer tiroideo pediátrico; los pacientes incluidos en este
estudio tuvieron respuestas completas o casi completas con
este tratamiento.
Inhibidores de la tirosina cinasa en el
cáncer medular de tiroides
RET
es un protooncogén que codifica una proteína tirosina cinasa y está
involucrado directamente en la patogénesis del carcinoma medular de
tiroides (CMT). Casi todos los
pacientes con CMT hereditario (neoplasia endocrina múltiple
tipo 2A y 2B) y hasta 50-60 % de los casos esporádicos presentan
mutaciones somáticas en RET. Las mutaciones en RET
producen una activación constitutiva de la función cinasa de
este receptor, por ende, sus vías de señalización se mantienen
activas y generan la proliferación de las células C parafoliculares de la tiroides.
Actualmente, la FDA aprobó solo dos medicamentos para
el tratamiento del CMT: vandetanib y cabozantinib. Vandetanib inhibe selectivamente al VEGFR 2 y 3, el receptor del factor
de crecimiento epidérmico (EGFR, por sus siglas en inglés) y
a RET. Cabozantinib es un inhibidor multicinasa de VEGFR 1
y 2, RET
y el receptor c-MET, que está aprobado para el tratamiento del CMT, el
carcinoma renal y, actualmente, cuya utilidad en el tratamiento del
feocromocitoma metastásico se está
evaluando en un estudio del MD Anderson Cancer Center su
utilidad. Otras terapias en CMT estudiadas son los axitinib, sorafenib,
sunitinib, pazopanib y motesanib, todos inhibidores
de tirosina cinasa.
Conferencia
SPECT/CT en el cáncer de tiroides
Amelia de los Reyes
Médica Nuclear.
Instituto Nacional de Cancerología, Bogotá.
La frecuencia del cáncer de tiroides ha aumentado en las
últimas décadas, probablemente por el uso de estudios
diagnósticos de alta resolución. La base del tratamiento
es la tiroidectomía más la ablación con yodo radiactivo (I-131)
y la supresión con levotiroxina sódica, el seguimiento con la
tiroglobulina y las ecografías de alta resolución.
Después de la administración del
I-31 con fines diagnósticos
y terapéuticos se continúa con el rastreo corporal total. Dos
detectores de la gammacámara recorren al paciente en posición anterior
para observar la distribución del yodo en toda la superficie
corporal. También puede realizarse con imágenes planares, en las
que se detectan los fotones provenientes del cuerpo para valorar
captación fisiológica (biodistribución normal) o patológica del
radioyodo. El rastreo posterapia con I-131 es una herramienta vital
para el diagnóstico, pronóstico y manejo del cáncer de tiroides:
permite determinar la avidez de las lesiones correspondientes al
tejido tiroideo normal o patológico y, por tanto, predecir la respuesta
a la terapia. Adicionalmente, el rastreo posterapia revela
lesiones adicionales o eslarece los hallazgos equivocos del rastreo
diagnóstico en un 35 % de los pacientes; sin embargo, es una
imagen en dos planos (imagen planar) cuya interpretación puede
dificultarse por su baja resolución espacial, su baja resolución
anatómica y una larga lista de variantes fisiológicas que pueden
simular captaciones fisiológicas (captación en el timo), que deben
esclarecerse mediante maniobras como tragar agua, adquirir imágenes en
días diferentes, tomar proyecciones adicionales,
lavar la piel del paciente, quitar la ropa y tomar imágenes para
descartar contaminación, correlacionar los resultados con otras
imágenes diangnósticas y descartar causas de error relacionadas
con material odontológico, ropa o algodones contaminados.
Aunque la captación de yodo ocurre
de manera específica
en el tejido tiroideo, hay algunos procesos benignos y otros
factores, como la piel contaminada y la excreción fisiológica,
que pueden ocasionar falsos positivos en las imágenes planares.
Adicionalmente, la tomografía computarizada de emisión
monofotónica (SPECT, por sus siglas en inglés) puede compensar algunas
de las limitaciones de la gammagrafía planar
convencional gracias a su mayor sensibilidad diagnóstica, su
mejor resolución de contraste y la posibilidad de generar imágenes en
los tres planos: axial, transversal y sagital. No obstante, no permite
localizar las lesiones en la anatomía.
Se ha reportado que la fusión de las imágenes de SPECT con
imágenes de tomografía computarizada (CT, por sus siglas en inglés), mediante la utilización de marcadores externos o internos
para corregistrar los dos exámenes obtenidos en sesiones separadas, puede mejorar el diagnóstico en el 88 % de los pacientes
en comparación con solo SPECT o solo CT. Más recientemente,
se utilizan sistemas integrados de SPECT/CT (por sus siglas en
inglés, single-photon emission computed tomography/computed
tomography) que permiten hacer el mapeo anatómico simultáneamente con la imaginología funcional en la misma camilla, lo
que reduce la probabilidad de errores de corregistro sin necesidad de marcadores radio-opacos y hace menos dispendiosa la
adquisición y el procesamiento de las imágenes.
La técnica SPECT/CT se usa para adquirir imágenes fusionadas que permitan determinar anatómicamente la zona de
actividad en el cuerpo. Recientemente, en medicina nuclear,
hemos utilizado SPECT/CT para el rastreo posterior a la administración de I-131; las imágenes adquiridas por este método
nos permitieron ver en forma puntual la lesión yodo-captante
a nivel de la región central del cuello, o dentro de los ganglios
regionales o a distancia o en las lesiones a distancia. Incluso
permite observar lesiones que por su morfología se sospecha
son tumorales con la CT localizadora, sin que tengan captación de I-131. La especificidad del estudio aumenta en vista
de que puede detectar la captación fisiológica de radioyodo,
característica que puede confundir la interpretación del médico nuclear en una imagen planar, como el depósito en material
odontológico, la captación en las glándulas salivales, etc.
En una revisión reciente de la literatura, se encontró que
el SPECT/CT mejoró la interpretación diagnóstica en 44 % de
los focos de captación inicialmente detectados en el recorrido
corporal total o en las imágenes planares, y cambia el manejo
médico en 25 % de los pacientes. Además, redujo el número de
estados indeterminados obtenidos en las imágenes planas, de
29 % a 7 %, y caracterizó correctamente al 85 % de los focos
de captación con interpretación no concluyente en las imágenes
planares, lo que alteró el manejo en 47 % de los pacientes.
Ha sido tan grande el impacto de
los estudios revisados sobre
el uso de SPECT/CT, que en el Instituto Nacional de Cancerología
decidimos adoptarlo como una técnica obligatoria del rastreo posterior
a la administración con I-131, ya que da una mayor información
funcional y anatómica, y mejora en forma considerable la precisión
diagnóstica, puesto que se pueden integrar la información
de las imágenes, de la clínica y de la patología, lo que permite que
los médicos nucleares puedan proponer planes de manejo individualizados
más cercanos a las metas de la medicina personalizada.
Finalmente, se explican algunos aportes de la tecnología
híbrida, como el SPECT/CT para la radiolocalización radioguiada de lesiones sospechosas.