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Internista-Endocrinólogo. Miembro Honorario, Asociación
Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo.
Resumen
El descubrimiento de los
calciferoles está precedido por el
reconocimiento del raquitismo. Heródoto relacionó la fortaleza de los
huesos con la luz solar. El raquitismo se extendió en
Inglaterra en la segunda década del siglo XVII. Glisson describió la
enfermedad en 1650. En 1918, Mellanby, basándose en
observaciones anteriores, descubrió la causa. Preocupado por
la alta incidencia de raquitismo en el Reino Unido, siguiendo a
McCollum, pensó que el raquitismo podría originarse en una
deficiencia dietética. Para su investigación examinó la dieta de
los escoceses alimentando a los perros con harina de avena
principalmente y manteniéndolos alejados de la luz solar. Les
inducía raquitismo para luego curarlos con aceite de hígado
de bacalao. Con estos resultados pensó que la vitamina A (descubierta
por McCollum en 1913) fuera la responsable de la
prevención y cura del raquitismo. En 1922, McCollum encontró que
existía un segundo factor liposoluble esencial para la
calcificación de los huesos, que denominó vitamina D, como
la cuarta vitamina. El estudio de los calciferoles como “factor
antirraquítico”, asunto netamente nutricional, pasó a ser hormonal
gracias a los estudios sobre su metabolismo (De Lucca);
el descubrimiento de sus receptores amplió el concepto sobre
sus acciones, entre otras, las inmunomoduladoras.
Palabras clave:
calciferoles, vitamina D, factor antirraquítico, receptor de vitamina
D, aceite de hígado de bacalao.
Abstract
Discovery
of calciferols was done after
rachitism was recognized and studied. Herodotus link bone strength to
sun light. Rachitism epidemics affected England and Scotland during
second
decade of the seventeenth century, making Glisson to describe
the disease in 1650. In 1918, Mellamby discovered the cause,
worried about the UK epidemics. Following McCollum ideas, he
thought rachitism would be a nutritional deficiency. He examined
scottish diet, and fed dogs with oat flour, putting them away
from sun light. Once rachitic, they were cured with cod liver oil.
He thought of vitamin A as the cause of the disease. McCollum
then found in 1922 a second lipid-soluble factor responsible of
bone calcification and named it vitamin D, as the fourth vitamin.
Calciferols study showed that they were eminently diet compounds,
essentials vitamins. They were later studied as hormones (DeLucca) but
discovery of its receptor widened his action
and is now regarded as an immunomodulator.
Key
words: Calcipherols,
vitamin D, antirachitic factor, vitamin D receptor, cod liver oil.
Introducción
Los calciferoles y los agonistas de
sus receptores –agrupados bajo el
nombre vitamérico de vitamina D– son protagonistas en el metabolismo
del calcio y del fósforo, en particular
por su capacidad de intervenir en la absorción intestinal del
mineral calcio. Cuando se abordan temas relacionados con la
vitamina D es necesario referirse al metabolismo óseo, pues
los calciferoles son indispensables tanto para una buena salud
esquelética, como para el manejo de ciertas patologías del
hueso y la homeostasis del calcio.
En el metabolismo del calcio y del
fósforo intervienen tres
hormonas: parathormona o PTH, vitamina D y calcitonina,
además de factores de crecimiento, citoquinas y moléculas de adhesión,
necesarias en el desarrollo y remodelación de la
masa ósea. En el balance de todos estos factores participan las
células productoras de las hormonas calciotrópicas (células de
las paratiroides, de la tiroides y del parénquima renal).
El sistema esquelético es el
principal destino de los minerales calcio,
fósforo y magnesio, aunque la homeostasis
depende de los niveles de calcio ionizado y de fosfato, de su
absorción y de su excreción (renal y digestiva)(1). En los días
soleados de las ciudades y playas estamos probablemente más
preocupados por el cáncer de piel o el bochorno coyuntural,
pero se nos olvida que una dosis de exposición adecuada al
astro rey es buena para nuestra salud ósea. Escribir la historia
detallada de uno de los principales actores en este escenario
es, pues, una contribución excelsa a su conocimiento.
*El artículo Calciferoles: las
hormonas del momento corresponde al Prólogo I que escribió el
Dr. Alfredo Jácome Roca para el libro Historia
de la vitamina D, editado
por los doctores Antonio Iglesias Gamarra, José Félix Restrepo Suárez y
Carlos Enrique Toro Gutiérrez y publicado por la Universidad Simón
Bolívar en 2008. tanto el
autor como la editorial autorizaron la publicación del artículo en esta
revista.
Un libro para la década del hueso
La obra Historia de la
vitamina D
–con la autoría del académico Antonio Iglesias Gamarra y de algunos
colaboradores–
es una revisión monumental del tema, desde sus orígenes en
la historia humana (también de mamíferos y vertebrados),
hasta la finalización de la década
del hueso y las articulaciones (2000-2010)(2). Esta primera
década del tercer milenio fue
consagrada así con el apoyo de la Organización Mundial de la
Salud (OMS), del Vaticano, de 44 gobiernos y 750 organizaciones no
gubernamentales.
El gran avance en el conocimiento
de la biología molecular y de la
genética –además de la mayor expectativa de vida
de la humanidad– ha destacado la importancia de patologías
del envejecimiento, como la osteoporosis, el papel de la buena
nutrición en la salud pública, el resurgir del raquitismo y de la
osteomalacia en poblaciones vulnerables, las patologías genéticas y
adquiridas de las glándulas productoras de hormonas
calciotrópicas, de los órganos que absorben y excretan calcio y
fósforo, y de los receptores relacionados(3).
Aunque este libro aborda todos los
aspectos de la participación de los
calciferoles (raquitismo y osteomalacia, medicamentos a base de
vitamina D, controversias sobre el tema, vitamina
D y cáncer, fisiología y mecanismos bioquímicos), no hay duda
de que su aporte más destacado es el histórico. Aficionado como
soy a coleccionar datos sobre diferentes historias médicas, conozco la
enjundiosa labor que representa consultar fuentes originales,
particularmente si esto se trata de realizar de manera
exhaustiva. Debo decir que Iglesias –perito en el tema que se
revisa– es un experimentado historiador médico, como lo demuestra su
laureada opera máxima Historia del
Lupus.
El autor no se contenta con dar a
conocer el estado del arte
de la vitamina D, también quiere saber, paso por paso, cómo se
construyó esta base de datos, qué funcionó o se mejoró, qué
se descartó, cómo influyó este conocimiento nuevo en la salud
humana; y, como es obvio, quiénes fueron los pensadores del
adelanto científico, cómo se les fueron ocurriendo cosas dentro del
relativo nivel de tecnología y de conocimientos, y cómo
fueron poniendo los ladrillos de la edificación.
Por razones didácticas o de
espacio, es frecuente que los
datos históricos se anoten de manera muy sucinta, dando la impresión de
que cuando se realizó un hallazgo, el conocimiento
científico relacionado hubiese quedado claro. Esto casi nunca
era así, tomaba bastante tiempo y debates; hubo incluso investigadores
que –habiendo hecho observaciones fundamentales–
no creyeron ellos mismos en la solidez de sus hallazgos.
Si alguien desea leer una revisión
muy documentada sobre
el tema que comentamos, le sugiero la revisión hecha por Iglesias y su
grupo, con más de 400 referencias(3). Para esta nota,
solo ofrezco algunas pocas(4-17).
El resurgir actual del raquitismo
En países desarrollados y en
regiones de inviernos largos
con días muy cortos, numerosos alimentos fortificados como
los lácteos y otros –además de los naturalmente ricos en calcio y
vitamina D como los pescados y sus aceites– garantizan
el suministro de requerimientos mínimos. No obstante, esto
no ocurre entre nosotros, porque a menudo sobra el sol, aunque los
cambios climáticos están haciendo variar el panorama.
Las poblaciones emigrantes son vulnerables al desarrollo del
raquitismo (Figura 1); también
están en riesgo de ser deficitarios en calciferoles los ancianos poco
expuestos a los rayos
ultravioleta y los bebés alimentados con leche materna por
largo tiempo (deficiente en vitamina D) a quienes además se
mantienen recluidos en alcobas cerradas. Asimismo, las mujeres
musulmanas que cubren todo su cuerpo con ropajes,
como el chador, y otros
grupos sociales a los que hay que poner especial atención. Asiáticos
con características dérmicas,
que tienen alguna diferencia en relación con los caucásicos y
afrodescendientes (que por su melanina abundante requieren
rayos ultravioleta en exceso para la irradiación de su
7-dehidrocolesterol), tienen sol en abundancia en su lugar de origen,
pero su dieta es escasa en contenido de vitamina D, rica en
ácido fítico de semillas (que almacenan fosfatos) y fibra; lo primero
da lugar a sales de fitato de calcio de pobre absorción. En
países del norte, los lactantes son amamantados por largos períodos y
de manera casi exclusiva, con poca exposición al sol.
En ambos casos, pero por diferentes mecanismos, se favorece
la aparición del raquitismo.
De Sorano a Mellamby
El raquitismo es, tal vez, la
enfermedad por deficiencia vitamínica más
antigua que se conoce. En las momias egipcias
se observan enanos –algunos posiblemente raquíticos–, pero
fue Sorano (78-117) quien se refirió a esta patología cuando
afirmó que el aprendizaje (de caminar) no se debía empezar
demasiado pronto, pues los huesos (del niño) podían torcerse,
ya que todavía no eran firmes.
Figura 1. Tres niños con raquitismo.
Francis Glisson (el de la cápsula
hepática), uno de los grandes
clínicos del siglo XVII, hizo una descripción completa del
raquitismo infantil (deformación de la cabeza, tórax y raquis)
en un libro sobre el tema, en el que afirma que los pequeños
pacientes no mueven las articulaciones y tienden más bien
a estarse quietos. Le llamó la atención el tórax del raquítico,
al que comparó con la quilla de un barco volteado (el centro
sale en punta y los costados están deprimidos). Al informar la
epidemia de Sommerset y Dorset en Inglaterra, este médico
describió la clínica de la enfermedad(4).
Por su parte, Daniel Whistler
(estudiante de medicina) en
su libro Morbo
Puerili Anglorum
realizó las primeras descripciones del raquitismo, que posiblemente
fueron utilizadas por
Glisson. Médicos e investigadores conocidos en la historia de
la medicina, y otros menos nombrados, hicieron sus aportes
en este tema. Paré observó casos de desviación de la columna
y del esqueleto, Trousseau escribió un trabajo sobre raquitismo y
describió un signo de tetania latente; además, según lo
dice Iglesias en este libro, planteó la posibilidad de que el
raquitismo era causado por una carencia de la exposición solar
asociada con una dieta defectuosa y que el aceite de hígado de
bacalao podía curarlo.
Personajes de la talla de Virchow,
Boerhaave, von Bibra y
Marfán, entre otros, también hicieron contribuciones. Según
Ruy Pérez Tamayo: “la naturaleza
endocrina de las paratiroides
fue demostrada en 1909 por William G. McCollum y Carl Voetglin,
por medio de sus estudios de raquitismo renal, una situación patológica
pediátrica en la que los niños desarrollan lesiones óseas
secundarias a la insuficiencia renal. Estos autores observaron
hipertrofia de las paratiroides y concluyeron que la reabsorción
del calcio de los huesos se debía a que estas regulan el metabolismo
del calcio. Su conclusión se vio reforzada cuando lograron,
por medio de la administración de calcio, evitar la tetania que se
presentaba después de la extirpación de las paratiroides”(4).
En 1915, Collip aisló la PTH y
demostró su acción sobre los
huesos. Erdheim describió la hiperplasia de las paratiroides
en pacientes con raquitismo y osteomalacia. Aunque se empezaban a
vislumbrar las complejas relaciones entre calcio,
riñón, hueso, paratiroides y vitamina D, todavía distaban mucho de
comprender que la avitaminosis D o la falta de 1-alfa25-(OH)2-vitamina
D renal (que es PTH dependiente) causaba
tanto la lesión raquítica u osteomalásica como la hiperplasia
secundaria de paratiroides, en un esfuerzo por mantener los
niveles normales de calcio ionizado.
Los niños de zonas urbanas y clima
templado frecuentemente
desarrollaban raquitismo, por lo que se atribuía esta
enfermedad a la falta de sol, mientras otros creían que era por
deficiencia de un factor de la dieta. Hasta finales de la segunda
década del siglo XX, Edward Mellanby afirmó que tanto la
administración de aceite de hígado de bacalao, como la exposición al
sol, curaban el raquitismo.
Las vitaminas de Eikjman, Funk y
Hopkins
La historia de las vitaminas es
densa y empezó con la curación de
algunas enfermedades con dietas que contenían ciertos alimentos, tal
fue el caso de Lind, al curar el escorbuto de
los marinos ingleses con cítricos. Desde finales del siglo XIX se
venía estudiando la causa del beriberi y se encontró que había
un factor alimenticio que no se injería si la base de la dieta era
arroz sin cáscara. El hallazgo (1895) fue de Christian Eijkman
cuando observó que gallinas de su laboratorio desarrollaron
polineuritis (que se presenta en el beriberi) al ser alimentadas
por error con arroz pulido. Al darles la cáscara de arroz se curaron
del mal. El holandés, que hacía estos estudios en la isla de
Java, enfermó y tuvo que regresar a su país de origen(5, 7-11, 13, 14).
Después de este hallazgo
–confirmado por otros– varios
bioquímicos quisieron realizar el sueño de aislar el factor
antineurítico. En 1910, el polaco Casimiro Funk fue quien conceptuó
que, si faltaban ciertas sustancias en la dieta, se producían
determinadas enfermedades carenciales. Este bioquímico
estudió el beriberi y encontró un producto experimental que,
en cantidades pequeñísimas, evitaba la aparición de la enfermedad. En
realidad, fue un resultado erróneo, pues se trataba
del ácido nicotínico (que previene la pelagra), pero propuso
entonces el nombre de vitaminas (aminas vitales) como genérico para las
sustancias carentes, porque consideró que contenían nitrógeno,
hidrógeno y radicales aminados, asumiendo
que eran como los aminoácidos. Años más tarde, cuando se
encontró que la vitamina C no era una amina, ya el término era
demasiado popular para cambiarlo.
En 1912, Frederick Hopkins postuló
que algunos alimentos contenían
(además de proteínas, carbohidratos y grasas)
unos “factores accesorios”. Logró sus resultados en dietas
suministradas a ratas, cuando la adición de pequeñas cantidades
de leche a su dieta anterior les permitía crecer. Hopkins también había
vislumbrado que una dieta pobre en calcio y fósforo
debía producir una calcificación ósea defectuosa. Como pasó
con Banting, después del descubrimiento de la insulina, Hopkins se
dedicó a investigar otros asuntos. Eijkman y Hopkins
se encontraron en Estocolmo en 1929 para recibir el premio
Nobel de Medicina por el descubrimiento de la vitamina antineurítica y
de las vitaminas estimulantes del crecimiento, respectivamente (Figuras 2, 3 y 4).
Del factor antirraquítico o
liposoluble a la
hormona D
La lectura cuidadosa del libro Historia
de la Vitamina D lleva a
observar los cambios que ocurrieron
desde los tiempos
más tempranos de la evolución hasta los momentos actuales, e
introduce los nuevos conceptos que se van implementando en
el siglo XX. Esto en medio de una endemia de raquitismo en el
norte de América y en Europa, con dos guerras mundiales que
hacían de los investigadores verdaderos héroes en medio de
aquellos desastres humanitarios(3).
Antes del hombre actual ya se prevé
la existencia de la vitamina D,
aunque el Homo sapiens,
originario de África, es de
piel negra para defenderse del sol, que recibe en abundancia.
Al migrar a regiones nórdicas se vuelve blanco por adaptación,
para ser más sensible a los rayos ultravioleta y de esta manera
defenderse del raquitismo, enfermedad que hasta el siglo
XVIII y la Revolución Industrial era de prevalencia más bien
anecdótica.
Se identificaron, entonces, el
raquitismo (y la osteomalacia), el
beriberi, el escorbuto, la xeroftalmía y la pelagra como
problemas de salud pública. Se empezaron a investigar los factores
alimenticios y se descubrieron las diferentes vitaminas.
De manera casi imperceptible, por la llegada de nuevas tecnologías y de
los isótopos radioactivos, la versión nutricional de
la vitamina D (y los trastornos carenciales) se va convirtiendo
en la endocrinología de la vitamina D, como se titulaba la revisión
documentada que escribió DeLuca a finales de la década
de los sesenta(4).
El libro de Iglesias entra en tanto
detalle de biología molecular, que
tiende a perder el olor mohoso de la pátina histórica,
para convertirse en una versión muy completa del estado del
arte, que, si bien es también histórica, se puede aceptar solo
porque “lo que hoy es noticia, mañana es historia”. Ese es el recorrido
de la hormona D (el 1, alfa, 25, dihidroxicolecalciferol),
de su receptor, de los agonistas y de las enfermedades de la
longevidad, como la osteoporosis y la misma osteopatía renal.
El dúo Mellanby-McCollum y la
emulsión
de Scott
El descubrimiento de las vitaminas
liposolubles A y D está
inevitablemente ligado. Bioquímicos, nutricionistas, patólogos
y pediatras (solos o en grupo) empiezan a escudriñar patologías como
las oculares de los marinos y las xeroftalmías de
ratas alimentadas con dietas que puedan apuntar a alguna carencia
nutricional. Es importante detenerse aquí, en dos personajes centrales
en los inicios del descubrimiento de las vitaminas, el inglés Mellanby
y el americano Elmer V. McCollum,
quienes serían sucedidos por una pléyade de extraordinarios
investigadores, cuyos hallazgos anota en detalle el reumatólogo
Iglesias.
Comencemos por McCollum. Nació en
una granja de Kansas, donde su
curiosidad natural le permitió ver nacer y crecer
los terneros, los cerdos y otros animales. Su padre se interesó en el
estudio de sus hijos; fue Elmer quien, después de mucho
“quemarse las pestañas”, terminó en la escuela de agricultura
de la Universidad de Wisconsin. A McCollum le intrigaba el hecho de que
las vacas alimentadas con trigo no tenían un buen
desarrollo, quedaban ciegas y parían terneros mortinatos; en
cambio, las alimentadas con maíz no presentaban problemas
de salud(13).
Figura 2. Christian
Eikjman.
Figura 3. Frederick
Hopkins.
Figura 4. Kasmier Funk.
Para 1907, la bioquímica y la
nutrición habían avanzado lo
suficiente como para poder determinar el contenido de los nutrientes
básicos y también de los minerales en los alimentos.
En sus experimentos con trigo y maíz, ambos contenían igual
cantidad de macronutrientes. ¿En qué radicaba la diferencia?,
¿tal vez había algún tóxico en el trigo? o ¿tal vez carecía de
algo? McCollum pensó que era mejor idea trabajar con animales pequeños
en lugar de vacas. Pensó entonces en ratas y ratones, roedores que
comían menos, ocupaban menos espacio, se
reproducían rápidamente y podían ser alimentados con dietas
controladas.
¿Cómo puede una escuela de
agricultura trabajar con
semejante peste para los granjeros como son las ratas?
cuestionó el decano. El joven investigador terminó trabajando
con sus pequeños roedores en un sótano y de manera secreta.
Entre 1912 y 1914, McCollum y (Marguerite) Davis trataron
las ratas con las dietas purificadas de Hopkins (a base de proteína
pura o de leche descremada, azúcar, minerales o aceite
de oliva) y evidenciaron una pérdida de peso que se recuperaba si los
roedores recibían grasa de mantequilla (obtenible de
la leche, también llamada grasa
butírica) o yema de huevo
diez
semanas más tarde; sin embargo, esto no ocurría si recibían
aceite de oliva.
La actividad se mantenía en la
fracción de grasa soluble
en éter, después de saponificar la mantequilla. A este factor
liposoluble lo llamó factor A
y al de las cáscaras de arroz (antiberiberi) lo llamó factor B; de ahí nacieron las
letras de las
vitaminas. Cinco meses después, Osbourne y Mendel publicaron que si se
usaba aceite de hígado de bacalao ocurrían los
mismos resultados benéficos (Figura 5).
La vitamina A (o retinol) había sido descubierta y se encontraba en el
hígado de
animales y en la leche entera, pero era incolora, así estuviera
con frecuencia asociada con betacaroteno (su precursor), este
sí de color amarillo y abundante en la zanahoria, el melón y las
hortalizas de hoja verde.
A pesar del fácil acceso a las
vitaminas, actualmente en
países subdesarrollados, más que todo, existen unos doscientos
cincuenta millones de preescolares con deficiencia subclínica y tres
millones con xeroftalmía. La avitaminosis A es
responsable de un 10 % de niños ciegos, muchos de los cuales
mueren en el primer año de padecerla, pues se hacen especialmente
susceptibles a infección, y su crecimiento y desarrollo
son defectuosos.
Poco después (1918), Mellamby se
dedicó a estudiar el raquitismo
alimentando perros exclusivamente con una avena
escocesa. Inadvertidamente, mantuvo los cachorros en cuartos oscuros en
donde no recibían luz solar (es decir, sin rayos
ultravioleta), y observó en ellos un cuadro de raquitismo. Se
propuso curarlos usando varias dietas grasas, hasta que logró
una remisión de las alteraciones observadas en los canes,
particularmente, con aceite de hígado de bacalao(5, 7-11, 13, 14).
Como se encuentra en el libro de
Antonio Iglesias, Mellanby consideró
que el “factor soluble en grasa” (o vitamina
A de McCollum) era probablemente su “factor antirraquítico
A” y recomendó el aceite de hígado de bacalao como preventivo del
raquitismo. Mellanby y McCollum ponían una atención
recíproca a sus experimentos. En 1917, McCollum (ya en Johns Hopkins),
con la ayuda del patólogo Park, logró identificar lesiones similares al
raquitismo en animales con dietas no
balanceadas en sus proporciones de calcio y fósforo, además
carentes de ciertas grasas animales.
De su trabajo inicial, en el que
aisló la vitamina A, McCollum
había encontrado que ciertos alimentos podían contener más
de una sustancia alimenticia accesoria. Para continuar experimentando
con el hallazgo de Mellanby, tomó el aceite de hígado
de bacalao, lo calentó y aireó para destruir su vitamina A. Este
aceite así tratado perdió la capacidad de curar la ceguera crepuscular,
pero, ¡continuó sanando el raquitismo! Al publicar sus
hallazgos en 1922, McCollum, siguiendo el orden alfabético de
las vitaminas y habiendo ya sido asignadas las letras para las
vitaminas B y C, llamó al nuevo milagro vitamina D. En el entretanto,
al interior de la compañía Scott & Bowne en Nueva York,
se frotaban las manos: ¡la Emulsión de Scott era un preparado
rico en fuentes naturales de vitaminas A y D!(14).
Figura 5.
Aviso de la Emulsión de Scott, año 1890.
El
hombre con el bacalao a cuestas se convirtió en su marca
registrada.
![Figura 5. Aviso de la Emulsión de Scott, año 1890. El](https://revistaendocrino.org/index.php/rcedm/article/download/551/727/2858)
Después vino lo demás
En 1923, Goldblatt y Soames
identificaron que, cuando el
7-dehidrocolesterol de la piel recibía luz solar o rayos ultravioleta,
se producía una sustancia equivalente a la vitamina
liposoluble. Hess y Weinstock encontraron que, si se le daban
pedazos de piel irradiada a la rata, se podía prevenir o curar
ese raquitismo. Steenbock y Black observaron que la comida
irradiada con luz ultravioleta adquiría la propiedad antirraquítica. En
1933, Koltz usó el AT-10 (dihidrotaquisterol) para
tratar la tetania; y, en 1934, Collip mostró el efecto histológico
directo de los extractos paratiroideos sobre los huesos en los
animales nefrectomizados. En 1942, Patt demostraría que los
niveles de calcio regulan la secreción de la PTH. El bioquímico
estructural alemán, Adolph Windaus (Figura 6), quien luego
ganó el Nóbel de Química, investigó la estructura de las vitaminas D2 y
D3 (ergocalciferol y colecalciferol, respectivamente).
De las cinco vitaminas D estudiadas, estas dos últimas fueron
las que resultaron de utilidad práctica(4).
Figura 6. Adolf
Windaus.
![Figura 6. Adolf Windaus.](https://revistaendocrino.org/index.php/rcedm/article/download/551/727/2859)
La hormona D
En la década de los sesenta, el grupo de Héctor F. Deluca(12)
(Figura 7) esclareció el
metabolismo de estas sustancias en el
organismo, bien por vía de la irradiación solar de la piel y la
activación de una provitamina D, o por la absorción intestinal
de calciferoles, hidroxilándose estos precursores en el hígado
y luego en el riñón, para dar lugar al calcitriol, hormona final
con actividad metabólica. DeLuca ha sido un extraordinario investigador
en este campo, y a él se debe la historia reciente de
estos compuestos. Estas últimas cinco décadas son las del crecimiento
exponencial de la literatura sobre la vitamina D, en la
que ya aparecen como jugadores importantes los laboratorios
farmacéuticos y donde la historia, que acostumbramos a leer,
se nos convierte en una verdadera revisión bibliográfica de un
problema complejo.
Figura 7. Hector F. DeLuca.
El mismo Deluca es autor de
alrededor de novecientos artículos
indexados; ha tenido discípulos famosos como Anthony
Norman, quien actualmente investiga en la Universidad de California, en
Riverside. Pero como cuando pensamos en científicos nos acordamos de un
Pasteur o del mismo Mellanby, poco
financiados, es bueno saber que este experto en vitamina D,
además de ser profesor de la Universidad de Wisconsin y antiguo jefe de
su Departamento de Bioquímica, ha obtenido al
menos ocho medicamentos de su investigación en calciferoles,
es dueño de más de mil quinientas patentes y tiene cientos
más de ellas pendientes. Pero su tecnología la ha licenciado
a través de la Fundación de Investigación de los Alumnos de
Wisconsin, lo que le ha generado millones de dólares en ingresos a la
universidad. Con la tecnología desarrollada por él
se fundó la compañía Deltanoid Pharmaceuticals, de la cual es
presidente. Su departamento está dedicado a la función molecular de las
vitaminas y hormonas, y al metabolismo de las
vitaminas A y D.
La importancia de las vitaminas D y
los agonistas de sus
receptores, como medicamentos de impacto en la prevención
y tratamiento de enfermedades de gran importancia epidemiológica como
la osteoporosis, está ahora fuera de cualquier
duda. Al considerar la tercera parte del libro, y una buena porción de
la segunda, como estado del arte de la biología molecular de la hormona
D y de su fisiología endocrina, hago un flaco favor histórico a
investigadores modernos importantes
que dejo de nombrar. Pero, ¡qué importa!, si Antonio Iglesias
se encarga de ello.
Vitamina, hormona e inmunomodulador
Los calciferoles y análogos de la
vitamina D fueron reconocidos
inicialmente como factores (nutricionales) antirraquíticos.
Posteriormente, se aclaró su función hormonal en el
metabolismo mineral y óseo. Estudios más recientes han investigado
aspectos como la fotobiología de la vitamina D, metabolitos, análogos,
sistema enzimático CYP, el receptor de la
vitamina D y otros tópicos adicionales. En particular, el
descubrimiento del receptor y su presencia en múltiples tejidos han
propiciado el “boom” de los calciferoles, basado en sus propiedades
inmunomoduladoras y en otros mecanismos(12, 15-17).
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